Cristina Quiles
Cristina Quiles
Soy Cristina, tengo 44 años, vivo y convivo con el VIH desde hace 23 años. Cuando me lo diagnosticaron era una niña de 21 años, normal, salía con mis amigas, iba a la discoteca y un día conocí a un chaval del barrio, me enamoré y estuve ocho años con él. Lo dejé por causa de las drogas y me fui a vivir con mi madre.
Al cabo de dos años y tras un constipado enorme fui a urgencias al hospital, allí me diagnosticaron la enfermedad. Las primeras palabras del médico fue preguntarme si había hecho testamento porque me quedaban quince días de vida.
Mi madre se asustó muchísimo, era un drama, somos siete hermanos, vivíamos en una casa muy pequeña de dos habitaciones y tuvieron que dejarme una habitación para mi sola.
Me vine abajo, no entendía nada, era un mar de lágrimas, me pasaba todo el día llorando y perdí mucho peso. Pasé casi cuatro años sin salir de casa, las únicas veces que salía era para ir al hospital cogida del brazo de mi padre, estaba escondida como un bicho y además en el barrio me señalaban como una yonqui y una drogadicta.
Pero un día te levantas y te dices, hay que luchar por mi vida, por mi madre, por mis hermanos, porque tengo una vida por delante. Decidí plantar cara al virus y luchar.
Por aquel entonces llegué a una asociación que me ayudó muchísimo, se llama Apoyo Positivo. Allí aprendí a convivir con otras personas con VIH, y comprendí que el virus no iba a ser una limitación para mí, aprendí a luchar contra él y contra gran parte de la sociedad que asociaba y sigue asociando, aún en gran medida, el VIH con discriminación, desprecio e indiferencia.
La asociación hace una labor fantástica, en una consulta de un médico es todo mucho más frío y distante, en una asociación encuentras el apoyo necesario, que te escuchen, un abrazo, sentirte seguro y quizá más en el caso del VIH que sigue siendo una enfermedad mal vista y que causa rechazo. Apoyo Positivo me hizo más fuerte.
La enfermedad me ha hecho mucho daño en el cuerpo, me han realizado injertos en órganos vitales y la medicación, en los primeros años, ha sido muy fuerte. A día de hoy lo he superado, también, gracias a que la medicación ha mejorado muchísimo. Esta mejora me ha hecho ser una enferma crónica, sin peligro para la sociedad, en contra de lo que muchos creen.
También ha supuesto, en el aspecto social, estar estigmatizada en mi barrio y perder amigas por el camino.
Ahora en la asociación soy la cara visible del VIH, a raíz de una entrevista que la psicóloga de la asociación me ofreció hacer y que me permite contar mi historia, hablar de la enfermedad, como se transmite y ayudar a perder el miedo al VIH.
El miedo es muy libre y en la época en la que me diagnosticaron el VIH, se entiende perfectamente, pero, a día de hoy todavía existe rechazo a la enfermedad. Ahora hay mucha más información, la gente sabe cómo es la enfermedad, como se transmite, pero sigue habiendo mucho miedo. Es una lucha del día a día, también, incluso, con médicos y enfermeras. Tienes que pasar por situaciones como que en los quirófanos te dejan siempre para la última, que no te atienda un oftalmólogo o un dentista, comentarios en el autobús del tipo “mira ese sidoso..”.
No hay que tener pensamientos negativos, nos ha tocado vivir con un virus, no lo he buscado, me lo he encontrado en el camino. Me tocó, soy un daño colateral y hay que llevarlo lo mejor posible.
A veces me olvido hasta que tengo VIH, no me quita de hacer nada. Llevo 23 años con él. En los análisis me sale indetectable desde hace mucho tiempo, tengo las defensas muy altas.
Puedo decir que no me condiciona nada la vida, canto, bailo, con el grupo de la asociación salimos a “ligotear”, vamos al campo de excursión, hago la vida de una persona normal. Lo único que encuentro negativo es el rechazo que la enfermedad sigue produciendo con comentarios y actitudes con las que tienes que lidiar y sobre todo concienciar para que se pierda el miedo y el rechazo.
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