Eva García
Eva García
Mis problemas de salud mental empezaron cuando tenía unos 14 o 15 años. No recuerdo muchas cosas de mi infancia, pero lo que sí recuerdo es que me gustaba demasiado el colegio, hasta el punto de pedirles más deberes a los profesores, los cuales acabaron diciéndoles a mis padres que me matricularan en otro centro dónde podría aprender más. Era una especie de niña genio o prodigio. Mi primer premio literario importante lo gané a los 6 años. Mi pasión siempre fue escribir, llegar a los demás con mis palabras, hasta el punto en que me expresaba mejor así que hablando. A los 18 años me diagnosticaron un trastorno límite de la personalidad.
A mis 15 años conocí la anorexia y la bulimia. Empecé a hacer dieta, pero llegué a querer no comer nada en todo el día. Pero debido a que soy diabética, a veces me bajaba el azúcar y obligadamente tenía que comer. Entonces lloraba me miraba al espejo y me insultaba me decía te odio gorda sebosa. Llegué a estar muy delgada y hacía 3 horas de gimnasio al día sin apenas comer. Mi endocrino fue la primera persona que me derivó a un psicólogo. Pero entonces empezaron los atracones de comida. No vomitaba y fui engordando. Todo esto unido a la depresión y la ansiedad. Yo sabía que algo me pasaba porque la cosa se la alagaba demasiado.
A los 18 años me diagnosticaron un trastorno límite de personalidad. En un primer momento me asusté, pero a la vez fue un alivio el pensar que yo tenía un problema que tenía tratamiento. Pero mis síntomas empeoraron y surgieron más problemas.
Empecé a fumar hachís para cambiar mi estado de ánimo, ya que mi estado habitual era muy depresivo.
A los 22 años conocí a una pareja con la que estuve un año y medio. Fueron tiempos mejores. Pero dejé esa relación porque, a pesar de lo bueno que era él, sentí que no estaba enamorada de él.
A los 24 años aproximadamente me independice. Por aquél entonces trabajaba media jornada y estudiaba psicología en la universidad. Además le daba clases particulares a niños y adolescentes. Mi relación con mis padres era mala y lo que más ansiaba era mi libertad, tener un sitio para mí. Entonces tuve mi primer intento autolítico.
Me diagnosticaron depresión mayor recurrente, por lo que mis intentos de suicidio, cuando pasaron de diez, los dejé de contar. En uno de ellos me quedé en coma pues lo hacía mediante una sobreingesta de pastillas. Dejé nota de despedida.
Entonces me ingresaron por primera vez en un psiquiátrico. Y creo recordar que en parte fue por desamor. Tenía serías carencias afectivas. Era muy impulsiva.
A partir de ahí me derivaron a un sinfín de sitios como hospitales de día servicio prelaboral y un club social.
Pero lo más duro y difícil que me ha pasado en la vida fue sumergirme en el mundo de las drogas. Estuve enganchada a la cocaína durante dos años aproximadamente. Pasé por dos centros de desintoxicación. Creo que uno de ellos es el peor lugar en el que estado. Algunos decían preferir la cárcel. Afortunadamente ya nada que tengo que ver con ese mundo. Tomé una decisión.
Hoy puedo decir orgullosa que no consumo ese veneno y espero no volver a hacerlo jamás. Porque, si es verdad que existe el infierno, es posible que yo ya haya estado en él. La droga solo tiene dos caminos, muerte o prisión. Tuve horribles experiencias, algunas de las cuáles no puedo ni hablar, que me dieron grandes pero muy duras lecciones.
Dejar una adicción no sólo es dejar de consumir. Para mí es una decisión firme y contundente. Es decir se acabó. Eso supone cambiar hábitos y cortar con las personas que también consuman, sea tu pareja o tu hermano. Así de duro es. Y evidentemente dejar de ir por los sitios dónde comprabas o consumidas la droga.
Dejé de tener uso de mi dinero para no consumir. Les di el control sobre él a mis padres. Hoy por hoy estoy recuperada de eso y vivo de manera independiente lejos de ese mundo y en abstinencia.
Pero sufro de depresión y siento que mi vida está vacía. Ya no escribo ni disfruto de las cosas con las que antes si disfrutaba. Siento que he perdido demasiado tiempo.
Mis días suelen ser iguales. Por la mañana voy a tomar café y charlo con mi madre o con los habituales del bar. Por las tardes suelo estar en casa. No tengo amigos, pues tuve que cortar el contacto con ciertas personas y empezar de cero.
Me gustaría volver a tener ilusiones y sueños. O por lo menos tener un propósito en esta vida, darle un sentido y seguir creciendo y luchando contra mis demonios. Para mí cada nuevo día es un desafío, una nueva oportunidad, un regalo.
Quiero ser responsable de mi propia vida y mejorar, dejar de lamerme las heridas y seguir hacia delante. Desearía dejar de tener flashes y pensamientos intrusos sobre los tantos traumas que he tenido o aún tengo.
Me gustaría aprender a controlar más mis emociones para conseguir cierta estabilidad al menos.
Estoy trabajando en mi amor propio pues mi autoestima está completamente destruida. Pero lo que de verdad ansío, es volver a encontrarme en aquellas líneas infinitas qué escribía, hablar conmigo en un diálogo interior revelador. Por qué escribir siempre fue mi mejor terapia.
Actualmente tengo una vida muy rutinaria. Tengo un 67 % de discapacidad. Intento llevar una vida tranquila.
Busco serenidad. Hago cosas sencillas cómo ir por la mañana a tomar café a una cafetería o hacer alguna compra de algo que necesite.
Mis depresiones ya no son tan severas. Pero para conseguir esto desconecto mucho de mi interior para no sentir y eso tampoco es bueno.
Mi talón de Aquiles es el control de mis emociones y quiero aprender o poder manejarlas mejor. Ya hace mucho tiempo que no tengo problemas de conducta. Mis intentos autolíticos pararon hace ya unos cuantos años. Fui capaz de autodestruirme.
Creo que también seré capaz de construirme de nuevo. El único hobby que tengo ahora es la cría de agapornis. Me parece algo bonito. Me ocupa tiempo todos los días, me entretiene y, aunque a veces da mucho trabajo, me recompensa de alguna manera. Me hace sentir bien y que soy buena para algo.
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