Mª Esperanza De La Torre
Mª Esperanza De La Torre
Mi nombre es Mª Esperanza y tengo 49 años. Tengo Fibromialgia. Estoy casada y tengo un hijo de 16 años que es la luz de mi vida y mejor cuidador.
Con tres años y medio, me sometí a una operación de rodilla por luxación congénita de rótula. Una operación que debería haber sido sencilla y la solución al problema cuando uno ha crecido suficiente, pero un traumatólogo iluminado decidió realizarla con esa corta edad.
A partir de ese momento comienza mi calvario y mis siguientes 6 operaciones, para tratar de arreglar lo que ya estaba dañado de por vida.
No recuerdo una mala infancia, las operaciones eran regalos y visitas de familia que no veía durante mucho tiempo y todos me trataban como una reina. Mi madre con depresión crónica, me acompañaba haciendo de tripas corazón, mi padre trabajaba horas y vacaciones para pagar unas operaciones, de las que la seguridad social no se quería hacer cargo.
Recuerdo, estar enferma muchas veces, gripes, anginas, fiebres, un poco de todo y aquellas ojeras intensas que me hacían parecer tan débil.
El tener que realizar la mayoría de las operaciones en Barcelona, supuso estar separada a temporadas de mi padre y de mi hermana, a los que siempre echaba muchísimo de menos.
La vida continuó y fui superando las operaciones como pude con largas y duras rehabilitaciones, que eran la peor parte; realicé una vida condicionada siempre por mi rodilla y mis dolores.
Estudié Magisterio; a los 23 años, conocí al que hoy es mi marido y a los 29 años decidimos ser padres y tuve mi primer aborto; al año siguiente lo intentamos de nuevo, pero de nuevo perdí el niño que esperaba embarazo extrauterino, que afortunadamente no me dejó más secuelas que las psicológicas.
Después de un tiempo sumida en una depresión importante, decidimos intentarlo y entonces me quedé embarazada de David.
Todo iba perfecto, a pesar del miedo y entonces mi tensión se disparó a los siete meses. De nuevo, riesgo de perder a mi hijo, preclampsia me dijeron, así que decidieron hacer una cesárea de urgencia y nació David. Prematuro, con distress respiratorio, que luego desencadenó un neumotórax y apunto estuvimos de perderlo también. Pero a pesar del susto, David salió adelante y creciendo con bastante buena salud.
Cuando tenía dos años y todo estaba controlado, llegó mi peor momento. Empecé con un cansancio agotador, muerta de dolores en todo el cuerpo, con síntomas que yo misma no entendía, taquicardias, ataques de pánico, gripes, anginas y mil dolores diferentes. Siempre estaba cansada, agotada incluso cuando me levantaba. Los dolores los achacaba a las malas posturas que cogía para caminar debido a los dolores de la rodilla.
Al año más o menos, mi médico de cabecera, después de mil pruebas y mucha comprensión y cariño, me diagnosticó fibromialgia y lo añadió a mi curriculum médico, ya bastante amplio de por sí.
El reumatólogo confirmó lo que ya sabíamos. Y empecé con una medicación adaptada a mis dolencias. Así fui aguantando, con días malos y menos malos, sobreviviendo como siempre digo a los días malos y menos malos, porque buenos no los recuerdo.
Diez años después a tras varias crisis importantes, que ya estaban afectando a mi vida personal y a la relación con mi entorno, pedí ayuda a la asociación gracias al empujón de mi familia.
Desde entonces participo activamente en AENFIPA. He aprendido muchas cosas, que han beneficiado mi relación familiar. Estoy activa, hago ejercicio, procuro llevar una dieta más o menos equilibrada y ayudo a pasar a los nuevos socios, por esos malos momentos en los que te ves perdido y por los que tantas veces he pasado.
La vida y la enfermedad me han enseñado a adaptarme al día a día, a descansar cuando lo necesito, a pensar en mí y adaptarme a mis limitaciones. A dosificar fuerzas para no agotarme.
Mi familia y mis amigos están a mi lado, se adaptan a mi forma de vivir, sin planes, decidiendo casi en el momento lo que vamos a hacer, porque es mejor no hacer planes, que tener que anularlos porque no puedo salir de casa.
Nadie me pide demasiado, no tengo que dar explicaciones.
Mi hijo se ha acostumbrado a vivir con una madre enferma y sabe cómo dosificar incluso los abrazos para no hacerme daño.
La enfermedad me ha quitado muchas cosas, pero he aprendido a vivir sin ellas. Disfruto de los pequeños viajes siempre que pueda descansar, he vuelto a leer, aunque cada libro me lleve mil horas y cientos de páginas releídas. Me he acostumbrado a la música bajita, a evitar los lugares con demasiada gente. A esquivar los cambios de luz y a compartir las tareas.
No soy la misma que era, ni puedo hacer las mil cosas que hacía y mucho menos hacerlas bien. Trato de no pensar demasiado y de disfrutar los momentos echada en el sofá, con mi hijo y mi marido viendo una peli.
Disfruto de los amigos de vez en cuando, pero de manera mucho más sosegada.
Aunque a veces me vengo abajo y me cabreo con el mundo, respiro hondo y continúo, bebiendo la vida, a pequeños sorbitos.
Besos.
http://www.fibromialgia-asturias.org/
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