Francisco Javier Márquez
Francisco Javier Márquez
Cuando somos pequeños nuestros padres tratan de hacernos ver lo bonita que es la vida pero luego la vida te pone en tu sitio y te da palos por todos lados, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Me siento engañado, lo que a mí me habían dicho no era esto.
Me llamo Francisco Javier Márquez Carrascal, tengo 56 años, soy vecino de Gijón, provengo de una familia humilde de padres extremeños que emigraron por toda España. Tengo un hermano que nació en Huelva, y yo en Cartagena. Mi padre trabajaba en una empresa de montajes, anduvo por toda España y tuvo una vida muy difícil.
Tengo un montón de vivencias y experiencias, algunas positivas y otras negativas. Con 37 años ya tenía problemas de columna, con 39 me operaron, fue la primera vez que entré en un hospital y fue a lo grande.
A partir del año 2017 empezó mi calvario, cuando me detectan un tumor en el pulmón derecho, después de muchísimas pruebas, incluidas biopsias. No tenía ningún síntoma, siempre fui deportista, jugué al fútbol, anduve en bicicleta, siempre me cuidé muchísimo, no bebo, no fumo, tenía una vida súper ordenada, pero como me dijo el neumólogo “te tocó”. Mi mujer y yo estábamos destrozados, pero nos dimos cuenta de que era algo que nos había tocado vivir y que no podía acabar con nosotros, había que afrontarlo y luchar. Yo tenía claro que aquello no iba a acabar conmigo ni de coña.
De ese momento, una de mis mayores preocupaciones era saber como iba a ser todo el proceso, me tranquilizó mucho que el médico me dijera que iba a ir por otro camino, en el sentido de que no iba a pasar por largas listas de espera y que iba a ir todo muy rápido. Nos pusimos manos a la obra para atacar al tumor maligno y en abril de ese año me extirparon la parte superior del pulmón derecho.
En la primera revisión que tuve en agosto me detectaron un ganglio inflamado en la tráquea. Me hicieron una ecobroncoscopia (EBUS) y una serie de pruebas para comprobar si existía la posibilidad de que alguna célula cancerígena se hubiera escapado de la operación, como posteriormente así se confirmó. Nos pusimos manos a la obra otra vez. Esta vez con un tratamiento de quimio y radio muy agresivo. Antes del tratamiento semanal de quimio siempre me hacían analíticas para comprobar si lo podría soportar. Después de cada sesión de quimio estaba hecho polvo. Así fueron pasando las semanas, con falta de apetito, apenas comía y vomitaba frecuentemente. Me decía a mí mismo que tenía que comer, así que comía sin ganas, con una sensación de asco al agua, al pan y a todo lo que antes me gustaba. Solo podía desayunar unas tostadas con café y mermelada de arándanos, era lo único que podía comer con una buena sensación, el resto me sabía a metálico, pero conseguí forzarme y obligarme porque era algo prioritario y vital. Por ganas no hubiera comido nunca. Al coincidir los dos tratamientos, el de quimio con el de radio, se me hizo todo mucho más duro.
Al final, todo resultó bien y me quitaron el cáncer de la tráquea, pero un día, después de todo esto, iba caminando por la calle con mi mujer y empecé a irme de un lado para otro, a chocar con la gente, con los coches. Me sentía muy raro y me quedé un rato solo para volver a casa a mi aire, y cuando ya estaba cerca, de repente, me fui de frente contra un árbol. No sabía lo que me estaba pasando. No quise darle mucha importancia y al día siguiente cogí el coche para hacer unos recados en una ruta que conozco sobradamente y me perdí. Era incapaz de salir de una rotonda por la que había pasado un montón de veces, me desorienté totalmente, era como si no controlara una parte de mi cerebro. Cuando llegué a casa, le dije a mi mujer que no me dejara coger el coche, porque no estaba bien y lo pero es que no sabía porqué. Le conté lo que me pasó y nos pusimos en manos de los especialistas médicos, los cuales me detectaron un edema en la cabeza y me recetaron un medicamento para rebajar la presión en el cerebro. Después me empezaron a realizar pruebas para investigar cual era el origen y detectaron que tenía dos tumores cerebrales, uno de 4mm y otro de 4cm y, como consecuencia, me realizaron un tratamiento con radio cirugía en el IMOMA, donde me trataron muy bien y todo resultó bien.
Después del tratamiento, el medicamento que tomaba para rebajar el edema y la presión en el cerebro, me lo quitaron de forma brusca y esto hizo que me sintiera muy mal, no comía ni bebía, en un mes perdí 20 kilos. Cuando tienes un edema, todo te molesta muchísimo, los ruidos, los gritos, todo en general, la sensación que tenía era horrible. Esto fue en agosto del año pasado, luego ajustaron el tratamiento y me empecé a recuperar hasta que conseguí estar bien sin tomar ningún medicamento.
En la siguiente revisión me detectaron unas pequeñas manchas en el pulmón izquierdo y una mancha en el hígado. Cuando crees que te estás recuperando, viene el hombre del mazo otra vez, ¡otro mazazo más!.
Actualmente estoy tomando un tratamiento oncológico, que según el médico especialista, es el mejor tratamiento que hay en el mundo contra el cáncer y que parece ser que solamente ataca a las células cancerígenas. Es la bomba, porque es un tratamiento muy avanzado que me protege las células sanas aunque posiblemente tenga que tomarlo toda la vida.
Me siento muy arropado con mi mujer, ella lo es todo para mí, es mi mayor puntal. También me siento muy apoyado por mi hermano pequeño y por los amigos, algunos de los que menos te lo esperas y que ahí están. A mi alrededor afortunadamente tengo personas muy preocupadas por mí, pero sobre todo mi mujer que incluso se ha pasado un año casi sin poder ir a trabajar por estar conmigo y también para protegerme de la pandemia ya que soy por mi condición de paciente crónico soy más vulnerable. También estamos los dos recibiendo ayuda psicológica ya que esta situación es muy dura para ambos y esto nos ayuda mucho.
Cuando recibo una mala noticia necesito mis días de duelo, llorando de rabía de impotencia, desahogándome a mi manera, preguntándome el porqué me tiene que pasar a mí y tratando de sacar afuera la mala sangre que te genera una situación de este tipo. Me considero fuerte piscológicamente hablando, siempre he sido una persona muy luchadora y positiva, soy de los que digo que de lo negativo siempre se saca algo positivo, pero cuando te dan palos, tengo que pasar una cuarentena, un periodo muy duro porque no soy de piedra, pero una vez acaba, reseteo y se acaban las lágrimas. En ese momento hay que ponerse en marcha y luchar contra el bicho, a ver quien puede más en la pelea.
Confío mucho en nuestra Sanidad, confío plenamente en ella y en sus profesionales, a mí me han tratado muy bien, me fio al cien por cien de que están ahí para ayudarnos y sacarnos adelante y quiero colaborar con ellos y que se sientan orgullosos demostrando que mi historia puede tener un final feliz.
Hace quince días tuve una recaída y empecé otra vez con los cuadros de desorientación, son sensaciones horribles y tuve que volver al tratamiento para reducir el edema cerebral.
Mi experiencia me dice que no hay que quedarse parado, con todos los problemas que tengo, salgo a caminar, poco o mucho pero salgo, procuro comer, beber, hacer una vida lo más normal posible. Conmigo no van los lamentos ni lloriqueos, una vez pasados los días de duelo que necesito, estoy en positivo y salir y moverme, tratando de llevar la vida lo más normal posible dentro de mis posibilidades, siempre en positivo y muy optimista.
Sigo con mis proyectos y buscando ilusionarme con ellos, por ejemplo, compramos una casina muy guapa en plena naturaleza para ir a desconectar y estamos muy contentos, también compramos una perrina para buscar un nuevo revulsivo y nos la darán dentro de poco.
Necesito seguir viviendo, peleando y luchando.
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