Fernanda Garcia Nero
Fernanda Garcia Nero
Soy Fernanda, Argentina. A los 42 años y con una hija de dos, agarrada a mis pantalones, me diagnosticaron un cáncer de mama, que me conduciría luego a una mastectomía de la mama izquierda y ganglios linfáticos; ocho meses de tratamiento de quimioterapia, rayos y terapia farmacológica. Sentí por primera vez ese frio que corre por las venas y congela el tiempo, la historia, los proyectos, la respiración: el miedo a la muerte. Pero sentí también una fuerza arrolladora, instintiva y salvaje que me llevo a batallar: el amor por mi hija. Hoy estoy muy bien. No soy la misma. Vivo consciente y despierta. Y más feliz.
Me descubrieron un pequeño nódulo en la mama izquierda en una ecografía de control. Siempre pienso que fui muy prolija y lo agradezco! De ahí, la punción y días después, el diagnóstico. La palabra CÁNCER tiene un impacto parecido a sentirte arrojada a la puerta de un túnel en milésimas de segundos. Un túnel al que tenés que entrar. Ya. Porque todo parece de vida o muerte. Un túnel poblado de imágenes de películas, de historias tristes, de olor a hospital, a muerte. La palabra CÁNCER no perdona. No conoce matices. Parece licuarlo todo. Definirlo todo.
Cuando miro para atrás ese primer tiempo, me veo despojada, como una autómata, haciendo todo lo que me dicen, como quien avanza con una calibre 22 en la cabeza. Viendo como una película. En unas horas, te dicen que van a operarte, a sacarte una mama; posiblemente ganglios; que vas a iniciar un tratamiento de quimioterapia; que se te va a caer el pelo; que posiblemente no puedas continuar con tu trabajo y vida habitual; y más y más... Y hasta hace un rato estabas en la reunión de padres del colegio de tu hija o planificando una salida con tus amigas. Es un shock.
Y en el fondo del alma, el miedo a la muerte. El momento del diagnóstico es el momento que sentís que la muerte como realidad vital, te respira en la cara. Y eso es contundente. Eso te despierta para siempre. Hay una serie de conversaciones del alma creo... un nuevo pacto con la vida... una declaración profunda: "No me quiero morir. Quiero ver a mi hija crecer. Hago lo que sea"
Luego viene, digo yo, la entrada a la cancha. Ahí es donde me veo en plena batalla, aguantando las cirugías y los post operatorios, que fueron dos en un mes. Preparándome para iniciar el tratamiento. Yendo a una peluquería (oncológica) para que me rapen. De esa forma, pude utilizar mis propios rulos largos para hacerme unas trenzas que luego use durante meses con pañuelos; poniendo el brazo derecho para los miles de pinchazos; sientiendo el gusto metálico, las náuseas y el cansancio. Pero avanzando. Convencida de que la quimioterapia era la cara de la medicina, de la ciencia que se acercaba a mí para curarme. Era mi aliada. No era lindo, ni agradable pero tampoco tan truculento como las películas. Había que pasarlo con la certeza total de que me estaba curando.
Las personas que estuvieron conmigo en ese tiempo son como luces potentes y cálidas. Mi mamá que se metió conmigo al túnel sin dudarlo, minuto a minuto. Mi marido que tanta paz me ofrece y me ofreció. Me abrazaba fuerte y sabía que nuestra historia no podía terminar ahí... sentía que tenía razones para vivir. Él era una. Y mi hijita Emma que se trepaba a la cama si yo estaba descansando post quimio... y me decía "Ya va a pasar mamita". Alguien me había dicho: "No la trates de proteger corriéndola... déjala que ella también puede cuidarte" Y así fue, mi compañera. Mi papá. Mis hermanos. Mis amigos. Una gran red activada y sentida.
Y un día se acaba. Y miras para atrás, y te ves. Y solo vos vas a saber lo que costó. Solo vos vas a saber quien es esa mujer que libró la batalla. Y te vas a emocionar solo por estar viva, créeme. Y todo va a tener más sentido. Y la vida va a parecer más delicada, más corta, más valiosa. Más tuya. Y vas a darte un abrazo largo, desde el alma. Como quien planta bandera. Terminó.
Hoy estoy sana. Y entiendo "sana" en un sentido mucho más amplio, más profundo. Me di cuenta de muchas cosas, revertí algunas formas de actuar, dinámicas internas, maneras de no cuidarme incoscientes que tenía incorporadas. Hoy sé que la vida es muy frágil y corta y que el presente es todo lo que tenemos. No vale la pena y no hay tiempo para vivir con trajes prestados o usados.
Soy terapista de lenguaje, siempre trabaje en discapacidad y educación, pero a partir de lo vivido estudié y me certifiqué como Coach Ontológico (CEOP) y retomé los hilos de mi más honda y profunda vocación: ACOMPAÑAR a otros a pasar de una orilla a la otra. Hoy acompaño a pacientes con cáncer y/o familiares de los mismos. Siento que puedo ofrecer un servicio de acompañamiento, desde la empatía y con herramientas para poder gestionar las emociones y todo lo que viene con la enfermedad.
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