Alba Raquel Hernández
Alba Raquel Hernández
Mi nombre es Raquel, tengo 56 años, soy uruguaya y vivo desde hace más de 20 años en España, soy la hermana mayor de ocho hermanos. Estoy divorciada, tengo un hijo de 18 años y trabajo de limpiadora. Tengo un problema de corazón hereditario, prolapso de válvula mitral tricúspide. También tengo asma desde que nací y estuve enferma con once años de hepatitis. De todo quedé bien.
En Uruguay estuve cuidando a una mujer mayor que era de Asturias, de Salas, y después vine a España a trabajar. Me quedé en España a trabajar cuidando a una señora por la noche, porque la situación en Uruguay no estaba bien. Me he acostumbrado, adoro esta tierra y este país y vivo como una ciudadana más.
Con 46 años, empecé a adelgazar y fui a la médico y me dijo que tenía hemorroides internas, pero seguía adelgazando y solo me mandaba como tratamiento hacer dieta, entonces le pedí cita con el especialista pero no me la quiso dar. Me hizo una analítica de heces, y más adelante descubrí que el cáncer de colon no se detecta en las heces, se detecta en los marcadores. Al final conseguí cita con la especialista y esta, no entendía porque había estado tanto tiempo en esa situiación, incluso me pidió disculpas.
Me hizo una colonoscopia, y me diagnosticaron cáncer de colon y me dijeron que iba a tener la bolsa toda la vida, que el tumor era muy grande, y que me darían seis sesiones de radio y también quimioterapia. En ese momento, fue como si se me cayera una farola encima, quise que me dejaran sola, ese día salí dando tumbos llorando, fue un 5 de diciembre. La soledad en estos casos es fundamental, no quería depender de nadie, quería seguir con mi vida.
Después del tratamiento me operaron y cuando me desperté, yo no sabía lo que era una bolsa, pero la acepté desde el principio. Nunca sentí dolor, los primeros días no pude comer, todo era a base de líquidos, pero traté de vivir como si no pasara nada, me dijeron que estaría un mes y a los 17 días me dieron el alta. Como efecto secundario me quedó una incontinencia de orina para la que tengo que tomar medicación de por vida. A raíz de la operación, la ansiedad que tenía se me quitó de golpe, y dejé de ir al psicólogo.
Te adaptas a la bolsa pero supone un cambio radical. Me dio sustos, pero me enfrenté a los inconvenientes que se producían de vez en cuando. Hay muchos tipos de bolsa y te adaptas a la que te venga mejor. Yo tengo dos tipos una normal y otra que tiene un aro para cuando tengo algo de descomposición, ya que yo no hago dieta estricta. Alguna limitación si tengo, no puedo comer ningún producto que tenga piel, ni refritos, por ejemplo. La bolsa la tengo controlada, pero puede haber algún escape si no se coloca bien. Hay que secar muy bien la zona porque si no se despega. Al principio cuando te despiertas lo primero de lo que estás pendiente es de la bolsa pero ahora ya no. Una vez fui a urgencias, y dos chicos me observaron el estoma porque tenía sangre, a veces sangra después de lavarse o ducharse, es algo normal, pero yo en aquel momento no lo sabía.
El estoma tiene una medida y después va bajando de tamaño y hay que irse ajustando a las diferentes medidas de la bolsa. Una vez tuve problemas con un guarda de seguridad porque yo siempre ando con un neceser de ostomía y me dijo que tenía que dejar las tijeras para pasar, yo se lo expliqué pero él no sabía lo que era, se lo expliqué y al final lo entendió. Son anécdotas del día a día.
Estuve dos años sin trabajar y me hice voluntaria en una organización de la iglesia de la parroquia donde vivo, que ayudaba a los más necesitados, dábamos ropa y alimentos y hacía labores de mantenimiento y limpieza en la iglesia. En esos momentos, cuando necesitaba ayuda, mi familia me ayudó económicamente desde Uruguay por dos veces. Salí adelante, nunca desfallecí, creo que mi padre, desde donde esté, me ayudó mucho, nunca perdí la fe y siempre traté de olvidarme de mi problema y ayudar a los demás, y siempre hablé con naturalidad de lo que tenía.
Empecé a buscar trabajo, en una oficina durante dos horas, luego me dieron cuatro horas más y luego me hicieron un contrato fijo. Sigo trabajando en esa oficina.
Ahora, gracias a Dios, estoy curada. Me encuentro bien, trato de cuidarme en las comidas, fumo, no mucho, pero fumo, es el único vicio que tengo y sigo tirando para adelante.
Me levanto entre las cinco y cinco y media, entro a trabajar a las siete, me tomo mi café, siempre estoy de buen humor y con buena cara porque, de todo se sale, hago costura, hice pachtwork y voy a empezar a tejer. Me tranquiliza el saber que mi madre no lo sabe y me lo tomo como si el tema de la enfermedad no fuera conmigo.
Nunca perdí la sonrisa, siempre busqué cosas que mi hicieran reír, me encanta la música, escucho mucha música. Hay rodearse de gente positiva y que te haga aprender, y hay que creer en uno mismo, la bolsa nos da vida, al principio puede asustar, pero nos da vida y tenemos que aprender a vivir con ello. De todo se sale, no puede perder uno la fe, ni lamentarse, porque también hay niños con bolsa y la llevan con naturalidad. Ahora hay un montón de bolsas distintas, hay pastillas para los olores, hay especialistas, hay parches que se ponen y se puede salir sin bolsa. Yo estoy cómoda con la bolsa, estoy acostumbrada.
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