Manuel Cozar
Manuel Cozar
Me llamo Manolo, tengo 70 años, soy enfermo alcohólico y llevo 15 años en abstinencia y rehabilitación. Mi vida desde que estoy en la asociación ha cambiado un mil por mil, de cómo estaba antes a ahora. Ahora soy un hombre feliz y tranquilo, no dependo de ninguna substancia para tener opiniones, para disfrutar de mis caprichos y para cumplir mis obligaciones.
Empecé a beber cuando me fui a la mili, anteriormente no era bebedor y fumaba muy poco. Hice el servicio militar en Sanidad en Carabanchel, allí empecé con el consumo de forma habitual, a jugar a las cartas con dinero, que se me daba tan bien que hasta algunos me prestaban dinero para que jugara por ellos. Alternaba con unos y con otros y me hice amigo de un sargento que tenía una tienda de decoración, yo soy pintor, entonces me “reclutó” para su negocio, me rebajaba de servicios y me daba 400 pesetas a la semana, mucho mejor que las 35 pesetas que ganábamos al mes en el ejército. Ahí fue donde empecé a tener dinerillo y tenía una moto, una Lambretta con sidecar, y ya podía a ser independiente y funcionar a mi manera con ese dinero extra. Cuando fui al ejército ya estaba casado y tenía una hija con 7 meses, mi mujer trabajaba y mis suegros se quedaban con mi hija. En Hortaleza, teníamos una casita de estas bajas que arreglamos, que era de mis suegros, yo trabajaba particularmente para mucha gente y sacaba dinerillo, con ese dinerillo alternaba todos los días y poco a poco, como el alcohol no tiene prisa, te va cogiendo.
Cuando me licencia, empezamos a buscar otra forma de vida y decidimos comprar un piso en Getafe. En ese momento empecé a funcionar a otro nivel, entonces, eran los años 70, había muchísimo trabajo, se trabajaba a destajo y se sacaban unos jornalazos. En aquella época había meses que ganaba 140.000 pesetas. Nos daba para todo, me compré un coche y nació nuestra segunda hija. El cambio a Getafe para mí fue muy grande, no me gustaba y no paraba mucho allí, mi rutina estaba en Hortaleza. Hacía mi vida, cada vez más, cada vez más hasta que mis hijos no me querían ver porque era llegar a casa y todo eran broncas, de la bronca al bar y del bar a la bronca, era arrimarme a los niños y se ponían a llorar.
Bebía a diario, empezaba por la mañana con las copas y acababa por la noche con los cubatas, entre medias cervezas, vino y lo que pillara. He bebido de todo. No tanto como al final que bebía que parecía que no había un mañana, pero todos los días me acostaba calentito.
Luego me metí en una empresa donde mejoró bastante mi trabajo y mis ingresos, me hicieron jefe de grupo, me mandaron a trabajar fuera y estuve 7 años saliendo fuera. Mi hija mayor me preguntó un día –papá, tú vives con nosotros o donde vives, porque yo veo otros papás que vienen y están con sus hijos, pero tú vienes, nos das un beso, te vas al bar y ya no sabemos nada- Aquello a mí me tocó, yo tenía 44 años y hablé con la empresa para poder acercarme a casa todos los días, su respuesta fue que tenían programado que me fuera a Camerún, con el problema que tenía me negué y me despidieron. Me puse a trabajar por mi cuenta y estaba en casa todos los días, pero seguía igual, la bebida ya la tenía arraigada, desde los 35 años aproximadamente, igual que el tabaco, llegué a fumar tres paquetes al día.
Mi mujer es modista y montó un taller de confección y nos metimos en un leasing porque, a través de un intermediario, había un contrato con una empresa importante que nos obligaba a comprar unas máquinas. Montamos el taller y empezó a funcionar muy bien durante 5 años hasta que el intermediario se murió y no pudimos seguir, los acreedores se nos echaron encima y tuvimos que vender la casa y el piso para hacer frente a los pagos.
A raíz de eso nos buscamos otro piso y nos fuimos a Yuncos, allí no había mucho trabajo y tuve la fatalidad de tener un accidente de coche y estuve casi un año sin poder trabajar. En el pueblo no había pintores y me puse de autónomo, y mi mujer encontró un empleo. Estuvo 7 años en el Hogar del Pensionista, conoció a mucha gente y eso me vino de maravilla para mi trabajo.
Estuve un año sin beber y me curé. Fue decir el médico me dijo que podía tomar un vinito en las comidas cuando quisiera. Empecé a beber un vinito, durante una semana, y la siguiente las cervezas y empezaron otra vez las copas. Esta vez sin ningún control.
Así pasaban los días, ni me entré de cuando se casó mi primera hija, estaba en la boda como un cero a la izquierda porque nadie quería saber nada de mí. De eso me doy cuenta ahora, antes no me daba cuenta. Cuando se casó mi segunda hija, igual, fui el padrino y terminé como el rosario de la aurora, borracho, claro.
Tuve un ataque múltiple de artritis que me produjo estar durante más de un año sin consumir y sin fumar. En el hospital me dieron dos años de vida y de mala calidad, Mi mujer que estaba de mí hasta arriba dijo que si me iba en silla de ruedas que prefería que no fuera porque me soltaría por la cuesta de la calle donde vivimos.
Mi hijo todos los días iba al hospital, y estaba dos horas conmigo, me daba masajes en los brazos y en las piernas, me animaba y me decía que no le dejara solo que tenía que ayudarlo. Mi hijo me animó y me ayudó mucho en el hospital cuando estuve enfermo, hemos estado toda la vida juntos, han sido ya 41 años.
Así con todo. A la hora de la verdad no servía para un roto ni para un descosido, no servía para nada. Era una pena. Así estuve hasta los 55 años. Al final estaba muy mal. Desde por la mañana hasta las tres o cuatro de la madrugada, no iba a comer a casa y había días que me quedaba a dormir en el coche. Un día me desperté con el coche en un vertedero y estaba la Guardia Civil y una ambulancia.
De vez en cuando llevaba a mi hijo conmigo para que supiera lo que era el trabajo, siempre había que hacer lo que yo decía, el que imponía las normas. Una de las veces mi hijo que ya había cumplido 20 años me dijo que había que ser más serio y más formal -porque no te estás dando cuenta que se están riendo de ti, tienes que dejar de ir tanto al bar-. Otro día, en el taller, me enfadé mucho, saqué el genio y le dije que se metiera en sus asuntos. Él se enfrentó a mí y mi mujer que estaba allí me dijo que esto había que cortarlo. Habló con nuestras hijas y entre los tres me pusieron las pilas. Mi mujer, con el apoyo de nuestros hijos me dijo que o me ponía en condiciones o nos separábamos. Eso fue el motivo de ponerme en abstinencia.
Mi hija mayor me trajo una tarjeta de un vecino suyo que estaba en la asociación AARIF y mi mujer me puso encima de la mesa la tarjeta y los papeles de separación. Se lo comenté a mi hijo y su respuesta me dejó planchado, me dijo que había sido muy mala persona y que tenía que ir porque les tenía a todos que no podían más. Me dijo también que me iba a cargar a la familia y que no había visto a un padre más dejado y más desentendido. Él se iba a casar y no le había preguntado por nada de su boda ni de su nueva casa, no me importaba nada.
Una vez en la asociación, me quedé alucinado, no me esperaba ver a vecinos y a gente con la que había alternado. Entré con la intención de que se calmaran las aguas, no estaba nada convencido. Empecé a tomar consciencia, pero no lo entendía, porque decían que dejara mi trabajo en manos de mi hijo y que igual me sorprendía para bien, que me tenía que quedar en casa, dejar de llevar dinero, en fin, una serie de directrices que me anulaban totalmente y que me hacía pensar que hacía yo aquí. Por un lado el divorcio y por otro lado dejar el trabajo y la empresa; no podía quedarme en la calle. Pasé siete meses totalmente en tensión, era como si me hubiese metido en un sitio donde me querían estafar y me querían quitar lo que tenía. Mi mujer me hacía el seguimiento, estaba encima para que cambiara los hábitos y yo la ponía a parir, la hacía maltrato psicológico, la hacía de menos, siempre con ironías y sarcasmos que duraron por lo menos tres años.
Poco a poco me fui encontrando a gusto porque vi que iba mejorando, mi vida familiar, en el trabajo, en mi entorno y en general. Todo iba de maravilla pero seguía sintiéndome en un encierro forzoso, haciendo las cosas de manera forzada. Lo que quería era salir del bache y pasar página.
Me fui centrando y organizando, los compañeros apreciaban un cambio y eso me daba ánimos, hasta que llegó un día que me quedó grabado, le pregunté a un médico asesor de CAARFE el tiempo que había que estar en abstinencia para poderse desvincular de la asociación, me respondió que si me iba, que fuera pensando en no volver, pero si iba a seguir, que no estorbara, y que había que implicarse porque me iba a ir mucho mejor. Tomé la opción de implicarme y aquí sigo, ya son 15 años. Mi vida cambió muchísimo, tanto en forma de ser, en el trato con mi familia y con la gente. Ahora tengo un montón de amigos, antes no tenía amigos, solo eran por lo que eran.
Siempre le decía a mi hijo que me gustaría comprarme una moto, y en un cumpleaños, a los 5 años de estar en la asociación, me compró una moto de esas tipo chopper y me la regaló envuelta en papel con un lazo, no se me olvidará nunca. Cuando vi el regalo me eché a llorar. Eso supuso un punto de apoyo grandísimo porque fue cuando decidí que tenía que seguir y las tonterías y los pajaritos que te pasan por la cabeza desaparecieron.
Ahora con mi hijo salimos con la moto, hablamos como dos amigos, aunque sabe que soy su padre pero hablamos de todo, no tenemos tapujos. Tengo una relación extraordinaria con todos mis hijos, antes no podía hablar con mis hijas, se ponían a llorar en cuanto levantaba la voz, y les decía algo.
Ahora tengo que atender a mi mujer porque la han operado del pulmón, si hubiera estado consumiendo no hubiera podido entenderla, ni atenderme a mí, ni atender a nadie.
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