Francisco Rodriguez
Francisco Rodriguez
Me llamo Francisco, todo el mundo me llama Paco, tengo 57 años, vivo en la localidad de Yuncos y pertenezco a una asociación que se dedica a la recepción y rehabilitación de personas adictas y soy alcohólico.
Empecé a beber de una forma casi involuntaria, empecé desde muy chico, con doce o trece años, en aquellos años vivía en Vallecas, eran casas bajas con gente humilde, obrera y pasábamos mucho tiempo en la calle. Empecé a beber incluso delante de mi padre, que aunque antes casi ni existía la palabra alcohólico, él lo era, antes se podría decir que era el típico borracho, incluso maltrataba a mi madre.
En esa época el consumo tanto de drogas como de alcohol estaba bastante normalizado en mi ambiente. Los bares eran como los centros sociales del barrio, donde se bebía y se jugaba. Conviviamos con la droga como algo habitual; he llegado a sufrir la muerte de varios amigos por su causa. Esto te hacía ver estas cosas como algo natural y no te das cuenta, como ahora, de lo que aquello significaba.
Con catorce años, los fines de semana salíamos a la discoteca hasta las nueve o las diez de la noche, que era cuando las chicas se iban para casa, pero nosotros, luego, seguíamos y nos metíamos en el bar. Cuando empecé con las típicas borracheras de juerga y a engancharme fue un año antes de ir a la mili, ya estaba trabajando, en el trabajo el consumo de alcohol era algo normal y diario pero los fines de semana, cuando veía a mi novia, consumía menos.
El consumo siguió de forma habitual, yo no me escondía, bebía también en casa y los fines de semana con los amigos, hasta que empezaron a llegar las discusiones y los problemas en casa, y me di cuenta que lo necesitaba y que no podía dejarlo. Dejé de ser sociable con la gente y empecé a beber solo, quería dejarlo pero siempre lo dejaba para el día siguiente, así día tras día.
El consumo también me afectó en el trabajo, soy técnico de mantenimiento de ascensores y era consciente de que podía suponer un riesgo y una irresponsabilidad, aunque nunca me llamaron la atención porque lo escondía.
Intenté dejarlo una vez, tenía miedo a perder a la familia, el trabajo y todo lo que habíamos construido juntos. Fui a Alcohólicos Anónimos durante dos meses pero no me llenaba, no me aportó nada y a los dos meses recaí, engañando a todo el mundo. A partir de ahí ya no paraba ni en la hora de comer, la hora de parada era para consumir, me encerraba para beber, me daba hasta asco pero no podía dejarlo.
Un día por teléfono se destapó todo, mi hijo estaba pensando en si cambiar de equipo de fútbol o no, y me pilló embriagado, mi mujer se dio cuenta y yo se lo negué. Fue un ultimátum, estaba a punto de perderlo todo, en realidad ya estaba roto todo. Mi mujer ya no me aguantaba y no quería saber nada, fue mi hijo el que me llevó a la asociación AARIF. Ese día volví a nacer, es como si te hubieran cogido de las orejas y con la mayor vergüenza del mundo me presenté allí. Tuve una primera entrevista, a la que fue también mi mujer, y el resultado es que a día de hoy, todavía continuamos allí.
La primera vez que fui a la asociación, me sentí muy avergonzado, luego con sensación de resquemor porque no sabía lo que me iba a encontrar; pero sabía que necesitaba algo y que esa gente cuando me atendió muy amablemente y muy humildemente eran personas que habían sufrido la adicción y familiares, y eso es como mirarte en un espejo, tenían el mismo problema que yo. El temor inicial te lo vas quitando, es como una piedra menos en una mochila que llevas muy cargada. Ese primer paso es una descarga, es una de las mayores liberaciones que te puedes encontrar, además tienes deseo de ello. He visto pasar a muchas personas por allí que han ido por allí a pasar el rato, a cumplir un trámite, yo no, yo quería algo, no sabía realmente el qué, tenía temor, no sabía lo que me iba a pasar, lo que me iba a encontrar, no sabía lo que era la ayuda mutua. El presentarte, tomar una serie de medidas que hay que tomar, conductas, cosas que nunca has hecho como hablar a la gente, el escuchar en silencio cuando se está hablando, no interrumpir o ser puntual, son aspectos que tenía que cumplir. Conductas de las que no te das cuenta de su importancia hasta después de uno o dos años. Al principio bajas la cabeza y lo haces de forma humilde, sin mentir y te vas dando cuenta de que sirve para algo, aunque tengas miedo de no poder conseguirlo. Antes, mis relaciones sociales siempre estaban basadas en el alcohol y en la asociación tenía que empezar a relacionarme sin él, no sabía cómo podría comportarme. Después de un año, me di cuenta de que, acatando esas pautas, había aprendido mucho y de que daba resultado.
Los temores del principio me generaron crisis de ansiedad que me crearon inseguridades, sobre todo, relacionadas con el trabajo y tuve que pedir ayuda y recibir tratamiento psiquiátrico durante un año hasta que me encontré mejor y me dieron el alta.
Al principio, en la asociación AARIF, me dediqué a observar callado y a ver cómo funcionaba aquello, pero luego, te toca hablar, te obligan a pellizcarte un poquito para activarte y que puedas sacar algo de ti mismo, como dicen allí “para sacarte el yo”. Te van sacando la esencia, la persona, y de ahí empezamos a modelarnos, cada uno de forma libre. Por ejemplo a mí no me han enseñado a dejar de beber, he sido yo el que ha aprendido a dejar de beber hasta ahora, igual que he aprendido a dejar de fumar. Esto me ha ayudado a retomar hábitos que yo tenía, leer, montar en bicicleta, hacer cosas que fui dejando por la bebida.
Me gusta participar en la asociación cuando hay eventos, creo que igual que me han dado, tengo que dar yo también; nadie me lo ha pedido, cada uno es libre de hacer lo que quiera. Allí estamos para ayudar a volver a ser personas.
Desde que lo he dejado nunca he tenido ganas de consumir, hay compañeros que si tienen ganas, pero yo puedo decir que lo mío ha sido continuo, lineal, no he vuelto a tener ganas. Mi reto es seguir como estoy, mirar para atrás y ver qué es lo que era antes y qué es lo que soy ahora. No me puedo poner un reto a 20 o 30 años, puedo decir ahora que no quiero, mañana no sé lo que me puede pasar. He estado con el tratamiento más de tres años, mientras lo normal es estar uno, mi mujer estaba más tranquila y yo también.
El apoyo que he tenido de mis hijos ha sido grandísimo, de mi familia igual, no tengo porque esconder a nadie que soy un enfermo, que soy una persona alcohólica, así me entenderán mejor. En la boda de mi hija, por ejemplo, tendré que evitar los problemas que pueden surgir con la presencia del alcohol, siempre sabiendo que tengo un problema y que hay que tratarlo como lo que es. ¿Cómo?, poniendo pautas como que la comida no estará condimentada con alcohol o no habrán botellas con alcohol en mi mesa. Otro ejemplo es cuando voy al médico, que no me frotan con alcohol, me frotan con agua. Simplemente con el olor alcohol ya me echa para atrás. Antes no tenía olfato, ahora huelo a la persona que ha tomado alcohol y me tengo que separar. Rechazo al alcohol de forma radical, hasta para la vista, entro en un supermercado y veo las estanterías donde está el maldito alcohol y tengo que salir de esa zona. En los bares no se me ocurre estar en la barra al lado de un grifo de cerveza, tampoco se me ocurre ir a un restaurante, para mí son sitios de riesgo que me hacen darle vueltas a la cabeza y yo, por m i trabajo, estoy solo todo el día. Esta actitud me ayuda a estar alerta en todo momento y que los demás lo sepan y lo entiendan también te ayuda, porque te protegen.
Yo no soy sanador de nadie, somos cada uno los que tenemos que sanarnos, nosotros lo hemos hecho yendo a asociaciones que te ayudan con métodos de autoayuda. Es fundamental. ¿Quién sabe mejor lo que nos pasa, que nosotros mismos que somos los que lo hemos pasado?.
El que quiere y lo sabe, ese sale, es tener ganas. Hacemos mucho daño a los demás y nos tenemos que dar cuenta que se puede hacer algo bueno para uno mismo y para los demás. Cuando uno se da cuenta, la asociación es el sitio donde puedes contar tu historia y tu situación. Yo estoy muy agradecido a la asociación. Hay días que no tengo ni ganas de ir a la terapia y luego cuando vuelves, vuelves cargado, lleno. Siempre aprendes algo.
Ahora sigo ganando y sumando. Con mi mujer va la cosa bien, ella con sus cosas y yo con las mías, se puede decir que somos codependientes el uno del otro y sigo con mi trabajo. He cambiado mis hábitos y estoy a lo que tengo que estar.
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