Isabel Murcia
Isabel Murcia
Me llamo Isabel y el parto de mi hijo mayor me provocó una rotura de los esfínteres interno y externo que desencadenó en una incontinencia anal. Al año del primer parto me quedé embarazada de mi segundo hijo y esto no hizo más que agravar la situación, debido al peso del embarazo en el suelo pélvico.
Soy profesora interina y seguir trabajando se convertía en una auténtica odisea porque meterse en un aula con una dolencia tan incapacitante era aterrador. Muchas veces rechazaba ofertas de empleo por no enfrentarme a esta situación, prefería quedarme en casa con mis hijos y seguir estudiando otra carrera online para no tener que salir. He sufrido mucho, no sólo físicamente, sino también psicológicamente.
En Murcia intentaron ponerme un neuromodulador en dos ocasiones (cuatro intervenciones para poner y quitar implante provisional), después de haber probado con rehabilitación y haber esperado un largo periodo de tiempo entre consulta y consulta. Esta solución no era la mejor para mí, aunque sí lo ha sido para otras muchas personas. Ahora sé que cada uno tiene un tratamiento que le funciona mejor. Viendo que no me funcionaba me propusieron hacerme una esfinteroplastia.
Yo necesitaba una segunda opinión porque estaba sufriendo tanto que me asustaba mucho tener de nuevo un fracaso. Una amiga me alentó a buscar alguna asociación de pacientes con incontinencia anal, así es que, a la desesperada busqué por internet y di con ASIA. Desde el momento que hablé con Angels (la presidenta) y me nombró a Arantxa Muñoz supe que debía ir a pedir su opinión médica.
Así es que viajé a Terrassa y me dijo que efectivamente lo que había que hacer era reconstruir el esfínter. Mis médicos de Murcia estaban en lo cierto pero, después de salir de esa consulta, tenía clarísimo que quería que fuera ella la que llevara a cabo la intervención.
Un año después de esa primera visita y después de hacerme algunas pruebas me operó. Desde entonces he mejorado mucho, aunque no estoy al 100% y nunca lo estaré, pero mi calidad de vida ha mejorado considerablemente.
Nunca estaré lo suficientemente agradecida a ASIA por haber puesto en mi camino a esta mujer y por haberme dado la oportunidad de conocer a otras muchas mujeres que sufren mi misma patología, y con las que a día de hoy puedo compartir mucho.
Cuando viajé a Terrassa para operarme mis amigas me regalaron un unicornio que era una pequeña luz nocturna. Entonces yo les regalé a mis hijos dos dinosaurios para que los encendieran cada noche a la vez que yo y así estuviéramos más cerquita de alguna manera. Aquellos días escribía pequeñas frases haciendo referencia a esos personajes.
Siempre pensaba que debería haber dado forma de cuento a aquellas frases, y de alguna manera dejar siempre por escrito el testimonio de tantas lágrimas derramadas. Esta semana, cuando se cumplen dos años justos de aquellos días le he dado forma por fin:
Érase una vez, en un lugar del Sur, una pareja de unicornios que vivían felices entre experimentos divertidos y dulces melodías. A ambos les encantaba enseñar a los más jóvenes del reino, no era faena fácil porque ya se sabe que los jóvenes tienen un espíritu rebelde pero, a pesar de todo, les parecía el oficio más maravilloso del mundo y se pasaban la vida hablando de qué cosas podían hacer para mejorar.
Tenían la ilusión de formar una familia. Aquello no fue tarea fácil, sin embargo un día mamá supo que una nueva vida nacía dentro de ella. Su amado unicornio lloraba de felicidad por tan alegre noticia. Aquellas lágrimas mágicas serían las primeras de otras muchas que después derramarían juntos.
Sin embargo, cuando mamá unicornio tuvo a su primer bebé dinosaurio, al que llamaron Etesoj, las cosas no fueron muy parecidas a todo lo que había leído en los cuentos sobre lo que significaba ser mamá. Ese día su cuerpo se hirió para siempre. Aquella herida la compartieron juntos para que el dolor fuera lo más llevadero posible, pero cada vez estaba debilitando más a mamá.
Unos años después, cuando nació Onurb, el pequeño de sus dinosaurios, las consecuencias se hicieron cada vez más evidentes. Algunos expertos de su territorio intentaron sanar aquella herida que tanto dolor estaba causando a su alma, pero los intentos fueron fallidos.
El dolor que había causado era demasiado complicado. Cada vez le costaba más enseñar sus melodías a los adolescentes, porque salir de casa se convertía cada día en la más difícil de las hazañas. El temor a que aquellos a los que tanto les gustaba enseñar pudieran ridiculizarla, la aterraba. A veces tenía que dejar su aula y salir corriendo.
Cuando miraba a su alrededor, no podía evitar pensar lo desgraciada que era por haber sufrido aquel desafortunado incidente. Sólo la consolaba una cosa: pensar que el mayor de sus dinosaurios estaba sano. Estaba dispuesta a pasar una y mil veces por aquella horrible experiencia, aun sabiendo las consecuencias de la misma, pero teniendo la tranquilidad de que Etesoj estaba perfectamente sano.
El amor tan grande de papá unicornio y del resto de la manada, por la que mamá unicornio sentía debilidad, facilitó mucho la tarea de aquellos duros años, pero la tristeza se hacía cada vez más evidente en su mirada.
Un día, a Cuerdas, aquella amiga experta en atar las cosas con amor, se le ocurrió una idea: ¡debe haber alguien más como tú!, ¡busca!
Entonces mamá unicornio comenzó a buscar y buscar hasta que encontró aquella sociedad de valientes que habían decidido luchar por mejorar sus heridas y poder volver a
recuperar las sonrisas. Fue Rizos dorados su primer contacto. Nunca olvidará sus primeras palabras:
No te preocupes, hay muchas más personas como tú, esas heridas son más comunes de lo que crees. Hay soluciones, hay alternativas para cada una de nosotras.
Le habló de una Hada de la costura que vivía en el Norte, y fue en aquel momento, en ese preciso momento, en el que mamá unicornio supo que debía viajar a conocerla.
Así es que papá y mamá emprendieron un viaje para conocer al Hada de la costura. Fueron muchas las lágrimas que se derramaron en aquel largo viaje. A mamá unicornio le causaba un dolor terrible tener que dejar a Etesoj y Onurb, pero era esencial que se recuperara cuanto antes.
Muy cerca del lugar de trabajo del Hada de la Costura, papá y mamá unicornio tenían unos buenos amigos trovadores que los acogieron en su guarida. Su hospitalidad y sus mimos los hacían sentir como en casa y sin ellos saberlo, aliviaron mucho la tristeza que causaba la separación de sus crías.
Cuando mamá unicornio conoció al Hada de la costura, vio en ella una mujer formada, valiente y decidida, pero a la vez cargada de aquello que tanto valoraba en una persona: la empatía. Ese viaje al Norte, sería el primero de algunos más, porque tuvieron la certeza de que el Hada cambiaría sus vidas para siempre.
Cuando regresaron al Sur y mamá contó al resto de la manada cómo era aquella mujer a la que había conocido, todos se volcaron en ultimar los preparativos para el viaje definitivo, en el que mamá estaría en manos del Hada de la costura para curar sus heridas. A partir de aquel momento, la manada hizo una piña para ayudar a toda la familia.
De repente, la empatía, aquel valor que mamá unicornio valoraba por encima de todo, empezó a surgir en los corazones de todas las personas de su alrededor: su manada, sus amigos, incluso algunas mamás de los compañeros de Etesoj y Onurb se ofrecieron a realizar todas las tareas necesarias para que mamá pudiera viajar durante un mes al Norte y que sus pequeños estuvieran atendidos en todo momento.
Los meses anteriores al viaje fueron difíciles, mamá intentaba estudiar para no pensar demasiado, le aterraba la idea de dejar a sus pequeños, o de perderse la primera función del cole de Onurb, vestido de pirata, aunque aquel pequeño le regalaría la oportunidad de ser un valiente pirata el resto de su vida. Etesoj se convirtió en un caballero medieval aquellos días en los que mamá viajó al Norte, pero desde allí, mientras se recuperaba de la costura recibiría cientos de cartas en las que podía ver a sus crías felices y rodeadas de amor.
Había descubierto que miedos lo único que hacían eran agravar la situación. Estar nerviosa provocaba que el problema fuera a más y a más, así es que era primordial que emprendieran el viaje cuanto antes.
Mamá y papá unicornio viajaron al Norte acompañados de los padres de mamá. ¡Qué suerte la suya! Tenerlos en el Norte fue uno de los más grandes regalos de todos los que recibió en su periodo de convalecencia. Mientras tanto Etesoj y Onurb estaban en las mejores manos, las dos mejores maestras de cuentos del reino y los sus otros abuelitos, que tanto amor les daban.
Bromas, el hermano pequeño de mamá unicornio y la mayor de las maestras de cuentos, se armaron de valor y emprendieron un viaje al Norte con los dos pequeños para que el dolor de la separación fuera menor. Esos dos días en los que mami aún estaba convaleciente fueron magia pura. Sin duda alguna, la mejor de las medicinas que podía recibir para recuperarse del todo. Aunque ella siempre cuenta que lo que la hizo fuerte fueron las oraciones de tantas y tantas personas, la y las velas que alumbraron cientos de hogares mientras ella permanecía en el Norte.
El hada de la costura había hecho un trabajo excepcional, como ella siempre hacía. Mamá había mejorado muchísimo y aunque nunca volvería a estar como antes de aquella herida su vida empezó a cambiar.
Terminó de estudiar, empezó a formar parte activa de esa sociedad de valientes que ayudaban a otros que tenían la misma herida, y lo que es más importante de todo, se dio
cuenta de algo que hasta ahora nunca había tenido presente: mamá unicornio era muy fuerte, más de lo que ella habría pensado nunca.
A día de hoy sigue teniendo días de debilidad, como todos porque, aún de vez en cuando, sufre las consecuencias de aquella herida, pero cada día de su vida la cicatriz le recuerda que hubo un tiempo en el que estuvo peor.