En un momento, con un flash, una imagen pasó por mi cabeza. Era la cara de mi hija sonriente.

Instantáneamente agarré con fuerza la barandilla. Estaba nerviosa, tensa, fatigada  y sudorosa. Poco a poco conseguí volver a la terraza. Respiré profundo y me dirigí a la habitación donde mi hija dormía. Que preciosidad.

Algo cambió en ese momento. Decidí cambiar, decidí luchar, decidí vivir.

Al día siguiente busque ayuda profesional. Me encontré con unas manos tendidas hacia mí para ayudarme.

Estaba enferma. Mi mente estaba enferma. Depresión y Trastorno Bipolar. Yo sola no podría con ello.

Pero poco a poco he ido mejorando, he aprendido a ver las cosas bonitas de la vida. Poco a poco he aprendido a conocerme, a saber mis debilidades y a enfrentarme a ellas.

Es duro. Hay momentos en que dudo, momentos de flaqueo, de temor…

Pero ahora cuento con ayuda, ahora tengo gente que me quiere y gente que me quiere ayudar. Me hablan, me dicen, me aconsejan…pero sobre todo me escuchan.

Y por encima de todo siempre tengo la sonrisa de mi hija. Es mi motor, mi fuerza y mi ilusión.

La barandilla de mi terraza ahora está llena de macetas con hermosas flores. Y en cada flor hay una palabra de ayuda y esperanza.

Aún no estoy curada, pero ahora se vivir con ello y sobre todo se controlar lo que siento.

Gracias a toda la gente que me está ayudando y gracias a ti, hija mía, por darme la llave de la vida, por darme ese clavo ardiendo de amor que aquel 12 de Marzo agarré con todo mi corazón.