Nagore Taboada
Nagore Taboada
Tengo 43 años y soy enferma crónica desde hace 23. Mi compañero de viaje es una Enfermedad Inflamatoria Intestinal, la cual me ha regalado una Fibromialgia y también ha facilitado el camino a un Cáncer de Mama Metastásico. Mi cáncer es hormonal, avanzado y no se suele dar quimioterapia a no ser que te dejen de funcionar los tratamientos, lo cual es muy habitual que vayas de un tratamiento a otro . No tiene cura. Es un estadio IV. Tengo un ganglio afectado y tengo metástasis en hígado y pulmón. Ni mis médicos saben como mi hígado puede estar funcionando bien con todo lo que arrastro entre enfermedades, operaciones y los tratamientos para el Crohn. Lo que significa que me han metido veneno y ha tenido que trabajar el doble. Gracias a su resistencia puedo seguir viviendo.
El cáncer vino a mi vida cuando mejor estaba. Mi hija pequeña Uxue entonces tenía 1 año. Estaba de excedencia por cuidado de hijo y quería aprovechar el momento para formarme mejor y poder estar en otras áreas de la empresa. Que poco podía imaginar lo que me la vida me tenía preparado. Sentía un cansancio extremo que ni durmiendo se iba, me metía a las nueve de la noche a la cama.
Un día me noté un bulto en mi pecho izquierdo y a partir de ahí mi vida cambió dando un giro que nunca pensé que daría. Hay días en los que tengo miedo pero no es algo que dejo que mande en mi vida. Nunca he dicho eso de..., “porqué a mí”, tenía la extraña sensación de que si lo hacía indirectamente se lo estaba deseando a otra persona. No pienso en las estadísticas de supervivencia. Disfruto de la vida, bailo, rio y canto con mis hijos. Si ya antes priorizaba ahora aun más. No soy perfecta. Cometo muchos, muchísimos errores. El cansancio y el dolor hacen que haya veces en las que me impidan ser mejor madre, ser mejor amiga. A pesar de los días malos, del cansancio, del dolor, de los efectos del tratamiento, de las subidas y bajadas de unas hormonas locas por la menopausia, a pesar de todo, soy feliz. He aprendido a delegar, a pedir ayuda pero aun me queda mucho. Tengo mochilas que soltar, situaciones y sentimientos que asimilar.
Quien me ve no diría que tengo tan extenso currículum en lo que al tema de hospitales, médicos y tratamientos se refiere. Al no recibir quimioterapia no hay la tan impactante caída de pelo. Se me ve bien. Y es por eso que me duele tener que habérselo contado a mi hijo Kimetz. Al no ser algo visible podría habérselo evitado y así sería un niño normal, sin haber tenido que saber lo que es tener miedo. Tras mucho hablar, tras mucho cariño y paciencia, poco a poco va perdiendo ese miedo. ¿Por qué se lo contamos?. Mi diagnóstico desde el principio fue ese. No he pasado por un cáncer anterior, ni esto ha sido una recaída. Mientras estás en la carrera de pruebas médicas tardan un tiempo en detectar las metástasis. Es cuestión de semanas, es una locura. Me iban a dar quimioterapia e iba a perder todo el pelo. Me dijeron que perdería las pestañas, las cejas, todo….
Lo estuvimos valorando y le dimos muchas vueltas sobre si se lo ocultábamos o no a Kimetz. Llegamos a la conclusión de que el impacto de verme sin pelo sería mucho peor. Con 8 años se dan cuenta de todo. Mi pequeño súper héroe decidió que quería venir conmigo a la pelu cuando me rapase el pelo. Lo que no nos esperábamos eran las noticias que nos iban a dar: Cáncer de Mama Metastásico.
Es cuando entonces se cancela el tratamiento de quimio, la cita de la pelu, todo. Se para tu mundo, tu vida. No puedes respirar. ¿Cómo era posible un diagnóstico así desde el principio?. Lo era. Lo es. No recuerdo mucho de ese día. Recuerdo que hacía mucho sol, hacía un día precioso. Como son las cosas que recuerde algo así y no lo que dije o pensé en la consulta de mi oncóloga. Mi cabeza iba a mil. Me ahogaba. Dije “esto tiene que servir para algo”. No sabía cómo, ni cuándo pero este cáncer tenía que tener un sentido positivo a tanto dolor. Me negaba creer que todo esto no tuviese una dirección, una meta que no fuese servir para algo. Mi última operación fue hace un año para quitarme los ovarios.
Llevo 17 meses con mi bicho metastásico. Y aquí estoy contándoos mi historia para que conozcáis una realidad poco visible, una realidad poco conocida, muy dura y que muchas mujeres la viven cada día. Muchas familias la sufren y para nosotras es vital que se nos conozca, que se nos vea, que tengamos un sitio y se nos oiga. La investigación para mi es sinónimo de vida.
Contar algo que hace daño no es fácil. Revivir lo pasado que además tanto daño te hizo es volver a aquellos inicios en los que te costaba hasta respirar. Al echar la vista atrás puedo ahondar y bucear en unos recuerdos que por necesidad de mi propia supervivencia, decido contar para poder superar y soltar a su vez la carga de mi mochila.
Necesito vivir para ver crecer a mis hijos, para poder envejecer al lado de mi marido y quién sabe, poder ganar algún día la batalla al bicho. Porque la vida a pesar de todo es maravillosa y merece la pena ser vivida. Hablar de una cura hoy por hoy es impensable. Cronificar la enfermedad está cada vez más cerca. Tengo la esperanza de que un día lo conseguiremos, tengo fe en que un día seremos enfermas crónicas con calidad de vida. Mientras, camino por la vida agarrada de la mano de mi marido, acompañando a mis hijos, viéndolos crecer, ignorando al bicho metastásico no dejando que el miedo nos impida ser felices y sobretodo vivir.