Fermín Montes
Fermín Montes
Tengo 49 años, estoy casado y tengo 2 hijos. Tengo PAF, soy portador de un bolsa de ostomia desde los 28 años y, entre otras muchas cosas, pasé un cáncer de recto. Mi bolsa de ostomía, es una bolsa terminal, no tengo posibilidad de reconexión, debido a una poliposis múltiple familiar. Ahora mismo estoy bien, con mis revisiones, que empezaron cada dos meses y ahora son entre cuatro y seis meses.
Es una enfermedad que te genera pólipos en el intestino, ahora mismo se calcula que tendré unos 100 pólipos dentro, muy pequeñitos casi todos. No tengo colon, no tengo recto, me falta un trozo de intestino y un cachito de páncreas.
Tengo localizado uno, en el páncreas y estoy a la espera de que me hagan un “whipple” que es una intervención para cortar parte del páncreas, duodeno e intestino afectados, con un elevado porcentaje de mortalidad en términos médicos, sobre un 3,5 por ciento. Después de esta operación la calidad de vida cambia, sobre todo en lo referente a la alimentación, me tendría que poner en manos de un nutricionista de por vida. Soy optimista pero también realista.
Hace 21 años no había organizaciones de pacientes especializadas, ni enfermeras estomaterapeutas, solo había una para toda Asturias. El día que fuimos al cirujano y me dio el diagnóstico, se me cayó el mundo encima, tenía 28 años y no conocía la enfermedad ni a lo que me enfrentaba. Me dijeron que normalmente esa enfermedad correspondía a personas con más de 60 años y que me iban a poner una bolsa. No tuve la suerte de tener un cirujano empático, estuvimos dos o tres días en shock, contando con mis padres, y yo que siempre he sido optimista en la vida, tuve que coger el toro por los cuernos, sabiendo lo que había.
En la primera consulta ya me dijeron que me había tocado una enfermedad terrible, oír esto de un cirujano impresiona mucho. Al no contar con muchos recursos, aprendes a base de golpes, de sorpresas, eché en falta hablar con gente que le pasara lo mismo que yo. Se habla muchas veces de los psicólogos, pero a veces, a la gente como yo en su día, y también ahora, les sirve de mucho hablar con gente que haya pasado por una situación similar. El que lo vivió, lo vivió de verdad, y sabe perfectamente por lo que se va a pasar, no tanto en el aspecto médico, sino más práctico y de manejo del tratamiento en el día a día, y también, en el emocional. Sabemos que tenemos una serie de limitaciones, pero podemos llevar una vida normal, yo ando en moto, en moto de agua, voy a la piscina y soy entrenador de fútbol.
Al principio tuve muchas complicaciones, me pusieron la bolsa para ocho meses, hasta que me operaran y me hcieran una reconstrucción. Me operaron y, a la semana de estar hospitalizado, empiezan los problemas de adherencias y entré en un auténtico caos. Me operaban unas cinco veces al mes. Entré con 108 kilos al hospital, ydespués de cinco meses, salí con 47 kilos. En ese periodo, siempre estuve alimentado por vía parental, tuve que volver a aprender a comer y a reconocer los sabores y no sabía caminar. Estuve en la UVI dos veces, una duró 20 días y la otra otros 15 días.
Durante todo ese tiempo, estaba prácticamente todo el día drogado para no tener dolores, si recuerdo cuando estuve en la UVI, de ver morir a gente y a un compañero que. como yo no tenía fuerza ni para hablar, él siempre me ayudaba, yo levantaba la mano y él avisaba a las enfermeras… “a ver enfermeras, mirai al neñu esti” decía... Todas las mañanas me preguntaba como estaba, y recuerdo que un día después de recibir la vista de su familia e irse su hija, a la media hora se empezó a poner mal y se murió. Todavía me emociono cuando lo recuerdo. Cuando estuve en la UVI y eran las fiestas de Gijón, entraban los ATS a animarnos, nos trataron muy bien las enfermeras y los ATS, sin embargo faltó mucha empatía en algunos cirujanos.
En el hospital no me querían poner la bolsa, y el día del atentado de las Torres Gemelas, llevaba tres días malo en planta y me habían dicho que me tenían que volver a operar porque si no me moría, pero con mi familia decidimos pedir el traslado de hospital. Cuando estaba mirando por la televisión los atentados, pensé que era una alucinación mía. Estaba tan medicado y, con todo lo que me estaba pasando, era incapaz de reconocer la realidad, pensaba que era una película. Me trasladaron de hospital, y me operó el doctor Ignacio González Pinto, con quien me sentí muy a gusto, me fue a ver al hospital todos los días, incluidos festivos, durante mes y medio. Me dio mucha seguridad, aun así no dormía por la noche, solo me dormía cuando mi mujer llegaba por la mañana y me daba la mano.
El día antes de la operación estaba muy nervioso y recuerdo que una fantástica enfermera, para tranquilizarme, no sé si fue verdad, pero me dijo… “No te preocupes Fermín, va a venir un helicóptero y va a estar preparado un quirófano en Madrid para ti y si la cosa se pone fea, se te va a trasladar de inmediato”. A la mañana siguiente, no sé si fue casualidad, a las siete, antes de la operación, vi llegar a un helicóptero, me dio muchísima tranquilidad. Era una operación muy complicada, el doctor le dijo a mi mujer que si era creyente que rezara por mí. La operación duró doce horas, y me pusieron la bolsa y, a Dios gracias al mes y pico, salí del hospital.
Cuando entré en silla de ruedas en casa mi hijo le dijo llorando a su madre: “por favor que se vaya este señor y vuelva mi padre”. Eso me quedó grabado.
La vida te cambia, estuve mucho tiempo sin levantarme de la cama, recuerdo el primer día que me levanté de la cama, vi llover y me puse a llorar como un niño. Estaba loco de contento y feliz porque jamás pensaba en que iba a volver a ver llover. Poco a poco me fui haciendo a todo, cada día caminaba un poquito más y lo fui llevando con la mayor naturalidad, sin dejar de hacer lo que me gustaba, eso sí, con mis limitaciones. Tardé tiempo en coger kilos y en coger la forma física. Mi mujer fue vital, en mi rehabilitación, también estaban mis padres, pero mi mujer hacía absolutamente de todo, era hasta mi enfermera, nunca puso una mala cara, ni un mal gesto, ni un “pero”, ni un “vaya”, tuve una suerte tremenda. Es genial. Siempre me sentí apoyado por ella y por mi entorno. Tuve mucha suerte.
Un día en una revisión, con un gastroscopio, me quitaron unos pólipos con un técnica que incluía gas argón, entré a las nueve de la mañana en una prueba de ambulatorio y me desperté en la UVI. En el intestino tenía como unos pequeños poros que filtraban el gas y este, me subió a la cabeza. Parecía un globo. Pasé otros quince días hospitalizado esperando a que el gas bajara, tocaba mi cuerpo y daba la sensación que tocabas un papelde burbuja de esos ese que estallan cuando los presionas.
En otra revisión me detectaron cáncer de recto, diagnosticado siete meses tarde, me operaron, en una operación de urgencia, motivado por el retraso en el diagnóstico y puedo decir que me volvieron a salvar la vida. Estuve con tratamiento de radioterapia y quimioterapia. Salió todo bien, pero me quedó alguna secuela. Perdí mucha memoria, pero me dijeron que era normal.
Sigo con revisiones, CPR´s que llaman ellos, me quitan algunos pólipos y sigo luchando. Así es mi vida.
Vida solamente hay una, y es esta, hay que luchar por ella, siempre. Para atrás ni para coger impulso. Hay que ser realista y luchar. A los que al principio nos ponen una bolsa y nos cae el mundo encima, les diría que da igual, como si te tiene que poner una en la frente y la tienes que apartar para hablar, me da igual. Bolsa es vida. Es muy claro, para todos aquellos que tenemos cualquier enfermedad que derive en poner una bolsa, la bolsa es vida, es una parte más de nuestro cuerpo y no hay más. La vida hay que lucharla y hay que vivirla. Seguir haciendo normal nuestro día a día; si nos quedamos atrás en la lucha, la situación te come.
En estas situaciones más de un cincuenta por ciento lo hace la mente, la actitud positiva es vital.
Estoy jubilado desde los 28 años, ayudo a mi mujer en su negocio y soy coordinador del club de futbol de la Asociación Deportiva Lloreda. Me gusta mucho ayudar, doy charlas, colaboro con la asociación AOPA y donde haya alguien que necesita ayuda, allí estoy yo. Eché tanto de menos en su día, escuchar a personas que habían pasado por una situación parecida, que ahora quiero ayudar contando mi testimonio. Escribí un libro que se titula: "Para atrás ni para coger impulso".
Al leerlo quiero que la gente piense, si esta persona tan joven, con todo lo que pasó, es vital y lo pasó, yo también puedo. También me gustaría que les sirviera en los momentos difíciles.
Hay muy pocos aseos públicos y la mayor parte no funciona; los portadores de colostomía y sobre todo de ileostomía los necesitamos, si no, tenemos que entrar en los bares a vaciar la bolsa en baños que no están adaptados, además, ahora que los bares cierran, por causa de la pandemia, no podemos prácticamente salir de casa.
Cuantas más enfermeras estomaterpeutas haya mejor, hay pocas y en cada ciudad deberían de poder facilitar un local para personas ostomizadas, para reunirse, para poder hablar, enseñar el manejo de la bolsa, saca de muchas dudas a gente que no está preparada y contar sus experiencias, es muy importante.
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