Cuando padeces incontinencia anal, te cambia la vida, no sabes que hacer, donde ir, como gestionarlo. Con incontinencia anal no pierdes la vida, pierdes la calidad de vida, como fue en mi caso. Tenía una vida plena, con un trabajo y una vida social de cara al público que hacían que me sintiera realizada, pero no pude continuar. Me daba mucha vergüenza que se me escapara, que la gente pudiera ver que olía mal, me daba mucha angustia.

Tuve la suerte de que mi marido me entendió, me ayudó y me acompaño en ese trayecto, que durante los primeros diez años fueron muy difíciles, con un periplo de médicos y operaciones en las que me hicieron cinco esfinteroplastias. Dos de esos años me los pasé haciéndomelo todo encima, llevando pañales, mi vida pasó a depender de un lavabo y unos pañales.

Es muy difícil de llevar, pero lo peor de todo, mi peor recuerdo, fue el perderme todos esos  momentos insustituibles de mis hijos. Todos esos recuerdos de un final de curso, de una competición de natación, de un partido importante para ellos, a los que yo nunca acudía para que no pudieran decir que “tu mamá huele mal, se le escapa la caca”.

Si hubiera sabido todo lo que sé ahora, hubiera obrado diferente, me hundí muchas veces, es verdad, pero nunca tiré la toalla, siempre me decía, hay algo que tiene que ser para mí,y así fue, al cabo de diez años.