Cristina Silván
Cristina Silván
Me llamo Cristina, tengo 48 años, cumplidos en medio de la cuarentena del COVID-19. Soy enferma alcohólica, enfermedad que me acompañará de por vida
Amanece un nuevo día, pero no para mí, yo estoy excluida, no puedo participar de él. Tengo temblores en todo el cuerpo, apenas puedo moverme, trato de cambiar mi postura en la cama, pero no puedo, no tengo fuerzas.
El teléfono ha sonado varias veces, pero tampoco he podido contestar, no quiero que se den cuenta. El teléfono, el único testigo de lo que pude hacer anoche, no recuerdo nada, solo revisando mensajes podré obtener alguna pista. Me aterroriza, seguramente he herido, insultado, criticado a alguien, a alguien a quien quiero. Duele mucho más la culpa que los efectos del alcohol, soy un ser despreciable.
Pasará el día entero y yo lo habré perdido, habré quedado al margen de este día y de la vida en sí misma, para mí hoy no ha existido. Mañana tendré que inventar mil excusas, para justificar mi ausencia en este día y mi comportamiento en la pasada noche, mentiras, madejas de mentiras para poder seguir escondiendo mi adicción.
Me he jurado mil veces que no volveré a beber, que no quiero ser la ajena persona en la que me convierto cuando bebo, esa a la que no conozco y no entiendo, mi peor enemiga. Pero vuelvo a repetir el ritual, vuelvo a hacerlo y así vuelvo a perder días de mi vida.
No sé cómo he llegado hasta aquí, no sé cómo me he convertido en este ser irracional y alcohólico, fue sucediendo sin darme cuenta, sin ser consciente de lo que estaba ocurriendo, y hoy estoy en el más profundo de los pozos de la miseria humana, impregnada en culpa, en miedo, en remordimientos, en vergüenza y en alcohol, haciendo añicos mi vida.
Mi pareja vuelve de trabajar, y yo sigo inerte en la cama. Espero sumisa mi regañina, pero… no, hoy no hay enfado en sus ojos, hoy me mira con lástima. Ese es el sentimiento que provoco en mi pareja, lástima. Y entonces aún caigo más abajo (no sabía que hubiera niveles inferiores) y en ese instante sucede, entonces termino de romperme, le abrazo como si fuera a perderle para siempre en ese mismo segundo y el llanto apenas me permite hablar y por fin suplico ayuda, por fin reconozco que yo sola no puedo enfrentarme a este monstruo. Él también llora, agotado y desesperado.
Es el primer paso. Desesperanzada y destrozada acudo a AARIF (Asociación de Alcohólicos, Adictos en Rehabilitación y Familiares de Illescas). Cruzo su puerta con el escaso valor que me queda y por primera vez en mi vida pronuncio las palabras mágicas: Hola, soy Cristina, soy alcohólica y necesito ayuda, palabras que repetiré cientos de veces en sus terapias.
Comienza el viaje de vuelta hacia la vida, tengo miedo, no sé si podré, no sé si volveré a caerme, pero ahora no estoy sola, ahora me acompaña un batallón de guerreros dispuestos a entregarme sus armas para que pueda seguir luchando, empeñados en no dejarme caer, tejen redes día tras día para sostenerme. Devoro libros sobre alcoholismo y en ellos voy descargando la pesada culpa que cargo en la espalda, no soy tan despreciable como me creo, estoy enferma. Una enfermedad que se quedará conmigo para siempre.
Cada día que pasa sin beber es una batalla ganada. No puedo pensar en la semana que viene, en el mes siguiente, esta guerra requiere que me centre en superar hoy, tan solo hoy.
Van pasando días y estoy presente en todos ellos, todos existen para mí, no desperdicio ninguno, y eso me va llenando de ilusión y coraje. Me mantengo cerca de los guerreros, sumo mis renovadas fuerzas a las suyas, en un intento de devolverles un poquito de todo lo que me van dando, formo filas junto a ellos, dejándome invadir por sus heridas, sus aprendizajes y sus consejos. Su experiencia es el arma más poderosa y ellos me la ofrecen sin pedir nada cambio.
Hoy sumo 15 meses alejada del mortal veneno. Miro hacia atrás y me parece increíble, ni yo misma habría apostado por mí, y aún hoy camino despacio, atenta, alerta, sé que puede abordarme en cualquier momento y arrastrarme de nuevo a ese pozo oscuro y ciego. Es mucho más fácil dejarse caer que escalar para volver a ver la luz.
Me llamo Cristina, soy enferma alcohólica y llevo 15 meses en abstinencia. Hoy sé que hay salida, pero para poder salir hay que dar dos pasos extremadamente dolorosos: reconocer el problema y ser capaz de pedir ayuda. Juntos somos mucho más fuertes.
Dejarte ayudar significa volver a vivir.
He vuelto a la vida. Aprendiendo en cada paso, luchando cada día. Vuelvo a disfrutar de las pequeñas cosas, y aunque el camino es muy largo hoy me siento más fuerte y segura, y sobre todo andando el camino adecuado.
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