Empezaré contando que en 2018 se me diagnosticó un cáncer de tiroides, que con el tratamiento adecuado (cirugía y radioyodo), quedo controlado. Ese momento en el que el médico no sabe como decirle a una persona tan joven lo que le pasa, es cuanto menos impactante.

Tres años después, tras 36 horas con dolor torácico, que asociaba a la ansiedad por el trabajo, mi marido decide llevarme a urgencias ambulatorias, donde por suerte, un médico de familia decide que, contra toda indicación del electrocardiograma, algo esta pasando y que su conciencia no le permitiría enviarme a mi casa en ese estado.

Una vez en el hospital, y gracias a todos los médicos que allí había, se me ingresa en planta porque algo hay, al menos eso indican las enzimas cardíacas. Hay que saber el que!

Mi cardiólogo, que en ningún momento, a pesar de mi insistencia, me envió a casa, buscó y buscó hasta llegar a la conclusión de que me estaba dando un infarto, lo que vino detrás fue demoledor, la vida te estaba bajando del tren.

Me pasé una mañana entera de domingo mirando a través de la ventana del hospital, primero me pregunté ¿porque yo? ¿porqué con lo bonita que era la vida, yo me tenia que apear?

Después agradecí que mi cardiólogo no me hubiera permitido irme de allí (como el dijo: “igual cuando vuelvas no puedo ayudarte”) para más tarde pensar que era lo que tenía delante y que no iba a rendirme fácilmente.

Como dijo el gran Pau Dones: VIVIR ES URGENTE y ahora mas que nunca!

Al día siguiente toda la maquinaria de la sanidad se puso en marcha para reparar lo que causaba el infarto, angioplastia, stent y mucho cariño y dedicación de todo el personal sanitario. ¡GRACIAS A TODOS!