Me levanto como cualquier mañana, me disponía al trabajo, sin saber que nuestras vidas cambiarían por siempre. Estaba trabajando como enfermera en el hospital clínico quirúrgico de mi provincia.

La noticia se expandió como pólvora, habían diagnosticado con un virus a dos turistas extranjeros en mi país. El miedo a lo desconocido se hizo evidente ¿qué hacer?, ¿qué era ese nuevo virus?, ¿cómo sería todo a partir de ese momento?. ¿Es mortal?, ¿mi familia corre peligro?. Eran los mayores interrogantes y preocupaciones, no teníamos otra opción que enfrentar dicho acontecimiento, aunque no sabíamos cómo era, hasta estar cara a cara con la realidad.

Una noche de guardia entró como un relámpago una familia con su hija de a penas 18 años, todos corriendo. No entendía lo sucedido. Corre, trae el oxígeno, hay que entubar ¿qué sucede? me pregunté... posible caso de COVID-19... no podía creerlo tenía el maldito virus delante de mis ojos. La joven fue trasladada de inmediato a terapia intensiva, horas más tarde falleció. Que tristeza tan grande ver cómo le fue arrebata la vida a esa joven con tantos sueños por cumplir.

Desde ese preciso momento nuestras vidas ya no eran las mismas. En ese instante nos percatamos que era real el peligro.

En mis 40 años de experiencia como enfermera nunca había estado en una situación similar. Cuanto destrozo dejaba a su paso la COVID. No solo las vidas que arrebataba sino también el inmenso vacío en familiares y amigos. Este virus llegó como sinónimo de destrucción, tristeza, devastación y pérdida.