Tras varios años de incertidumbre durante mi adolescencia y parte de edad adulta, me diagnostican una Colitis Ulcerosa. Recuerdo que en aquel momento, ese diagnóstico resultó ser un alivio más que una mala noticia (que también lo fue). La cuestión es que había pasado parte de mi juventud sufriendo diferentes síntomas que nadie parecía comprender y que aparentemente tenía un origen psicosomático. He de aclarar que durante todos esos años, no se me realizó ninguna prueba diagnóstica que pudiera confirmar ni lo uno, ni lo otro.

Han pasado ya once años desde aquel día y aunque no puedo ignorar el sufrimiento que la enfermedad me ha causado, tampoco puedo negar todo lo que he aprendido de ella.

A día de hoy no tengo colon, recto, ni ano y soy portadora de una ileostomía. Mi cuerpo está cubierto de cicatrices que observo cada día con orgullo pensando que son un recuerdo de todo lo superado, de aquello que parecía imposible y no lo fue. Aplico esa filosofía de vida a todas mis metas. No puedo negar que siempre sea así, soy humana y como tal, he pasado por momentos en los que deseé tirar la toalla y ahora, tras tanto tiempo, reconozco que esos momentos, también son necesarios.

Todas estas experiencias me han enseñado igualmente a conocerme, a escuchar a mi propio cuerpo y a cuidarme de una forma más consciente. He ganado empatía y sorprendentemente, habilidad para relacionarme con el mundo y las personas que forman parte de él, descubriendo así una vocación oculta.

Tras varias cirugías, cientos de intervenciones, pruebas e ingresos interminables no es casualidad que escriba mi testimonio hoy. Un día como hoy, hace dos años, entraba a quirófano para amputar recto y ano. Durante este tiempo, todo hacía temer que mi cicatriz perineal no iba a cicatrizar nunca y en realidad no lo ha hecho del todo pero sí lo suficiente como para poder afirmar, cruzando los dedos, que he recuperado la salud.