Raquel Llorens
Raquel Llorens
Soy una mujer de 33 años, con un bebé de 22 meses. Tras seis meses de repetidas pruebas médicas desacertadas, visitas nocturnas a urgencias y una gran sintomatología camuflada bajo el diagnóstico de “ligera anemia”... Finalmente, lo encontraron. Tenía, seguramente desde nacer, un tumor benigno dentro del corazón: un mixoma. Un tumor muy poco habitual (prevalencia aprox. del 0,05%). Nunca lo había notado hasta estos últimos seis meses, en los que el tumor había crecido tanto que ya no cabía.
Después de que hace seis meses me diagnosticaron "anemia", como único diagnóstico, yo cada vez me sentía más cansada, ahogada... Seguí caminando, tocando el trombón, subiendo agotadoras escaleras como si de montañas se tratasen, trabajando, empujando sillas de ruedas que pesaban como enormes tractores, parando a coger aire cuando me sentía desfallecer. El tumor, que aún no había sido encontrado, me iba quitando poco a poco las fuerzas, el hambre, el oxígeno... Pruebas y más pruebas, radiografías, no daban con el diagnóstico, que se quedó en una "infección desconocida" y me dieron de alta... El último mes, la cosa empeoró... El tumor benigno, del tamaño de un huevo de gallina y situado dentro de mi aurícula izquierda del corazón, me estaba provocando, ya hacía semanas, una insuficiencia cardíaca importante. Me obstruía la válvula mitral, me alteraba ágilmente la presión pulmonar, me hinchaba el hígado, me acumulaba litros de agua en diferentes órganos, y lo peor de todo... me estaba avisando ya a gritos de que paraba de una vez por todas o muy a su pesar me acabaría provocando en días, quizás semanas, meses, alguna embolia, algún ictus.
A los pocos días, y después de unos días con fiebre, se me empezó a hinchar la barriga y empecé a tener náuseas. Mis piernas pesaban, mi abdomen se endurecía y frenaba mis pasos, mi corazón palpitaba sin aliento y una tos cada vez más rabiosa estallaba dentro de mi pecho.
Al día siguiente fui al hospital y ya no salí. Rodeada de unas urgencias colapsadas, incertidumbres médicas, diagnósticos fallidos y la previsión de un largo ingreso hospitalario hasta dar con el diagnóstico. Dos días más tarde y de manera imprevista, una sencilla ecografía en el corazón conseguía detectarlo al instante. Al verlo me impactó su tamaño, su fuerza, su evidencia... Y después del impacto me sentí por fin tranquila, serena, afortunada... Por fin entendía la causa de todo. Tenía una explicación, una forma, una cara, un nombre: mixoma. Un tumor benigno dentro de mi corazón izquierdo. Un tumor muy poco habitual. Ahora, cara a cara, finalmente nos habíamos podido conocer, a través de una pantalla. Lo miré durante unos segundos. Enorme, nervioso, botaba sin parar, dentro de mi corazón, intentando conseguir un espacio que no tenía; seguramente agradecido de que por fin lo hubieran encontrado. Él habría deseado seguir formando parte de mí, pero su tamaño se lo impedía. Ya no era posible ser compañeros de viaje. Él sabía que, para que yo pudiera vivir, él tenía que marcharse. Y lo aceptó sin protestar, sin oponer resistencia, sin complicaciones. Dos días más tarde, una urgente operación a corazón abierto me liberaba del tumor... un tumor más grande de lo que parecía. Compacto, gelatinoso, muy arraigado, pero por suerte, benigno.
Me sentía tan agradecida de que mi corazón hubiera aguantado tanto y que el tumor me hubiera avisado de manera insistente pero paciente... Tantos años, tantos esfuerzos... Mi corazón latía todavía inseguro, taquicárdico, extrañado de haber perdido una parte tan arraigada en su interior. A la vez, pero, se sentía libre de ese peso que lo oprimía y obstruía. Ahora, este corazón que había demostrado ser fuerte y valiente, tenía un nuevo propósito: seguir con la lactancia de mi hijo de 22 meses. Un hijo que había tenido que adaptarse a unos cambios de rutina y a la separación forzada de una madre. Mi corazón y yo latíamos al unísono por un mismo reto: seguir lactando.
Y lo conseguimos. Después de corroborar la total compatibilidad de la aspirina con la lactancia y después de ocho días de añoranza y separación, lo conseguimos. Una lactancia muy deseada, agradecida, serena. Respetando sorprendentemente la herida, aunque lleno de curiosidad, me miraba fijamente, tranquilo, con su media sonrisa, mientras yo le acariciaba sus rizos y nuestros corazones latían al unísono, por un sueño compartido, un reto conseguido. Dolorida, llena de cables, de heridas, pero feliz. Feliz de habernos demostrado que la fuerza del corazón y el poder de la lactancia pueden superar obstáculos, barreras impuestas por falsas creencias, opiniones médicas totalmente infundadas. Por encima de una operación a corazón abierto, por encima de una pequeña e inocua aspirina, por encima de una gran cicatriz que poco a poco se va cerrando, por un hueso que lentamente se va soldando... Se puede conseguir.
Fueron 3 días de UCI y 5 días en planta. Recuerdo despertarme de la operación sedada y muy dormida, pero contenta y agradecida. Me siento afortunada de que mi corazón haya aguantado tanto, con todo el tumor que tenía dentro, tan grande (4x5cm). He tenido riesgo de embolia e ictus, aunque sin saberlo. Después de la operación, únicamente siento agradecimiento, mucha fuerza y mucho optimismo, más del que tenía antes. Las primeras dos semanas he tenido dolores en la espalda y cervicales, y la zona pectoral, de toda la operación (la esternotomía), pero muy soportable, y poca movilidad de brazos y pectoral. A los 15 días ya empezaba a andar por la calle, día a día más trozo. Me operaron el 21 de diciembre. Hoy, a día 16 de enero, ando ya casi 30 minutos, puedo hacer algún pequeño esfuerzo, me valgo por mí misma (desde hace unos diez días), y aprovecho para descansar, leer y escribir. Me siento feliz de haber podido encontrar el tumor a tiempo, y valoro mucho más la familia, amigos, pareja y mi hijo, de 22 meses, al que puedo seguir dando el pecho.