Pilar Fernandez Pascual
Pilar Fernandez Pascual
Mi historia comienza hace mucho tiempo, veinticinco años. Tanto tiempo, qué, aunque no me cuesta recordarlo si me duele a veces hacerlo. Quizás por eso me ha costado tanto ponerme a escribir sobre esto o quizás porque cuando se trata de recordar episodios de dolor y enfermedad, siempre el tiempo es demasiado.
Nuestros recuerdos no hacen sino revolver nuestros monstruos, esos que creíamos dormidos hace tiempo.
Pero ocurre en la vida, que los monstruos a veces vuelven y despiertan una y otra vez como en mi caso.
Ni siquiera recuerdo el día exacto en que comenzó todo, solo recuerdo que era el mes de mayo. Tenía una familia maravillosa, un trabajo, buenos amigos, una hija que era el motor de mis días.
Digamos que tenía todo lo que se le puede pedir a la vida para ser más o menos feliz. Y digo más o menos porque años más tarde descubrí que la felicidad no existe. Esta hecha de pequeños momentos aislados que debemos de aprovechar.
Es en mayo cuando me detectan un papiloma en el pecho y deciden intervenir para quitarlo, siempre advirtiendo que no había seguridad en el diagnostico hasta la intervención. Tras biopsia intraoperatoria confirman a mi familia que se trata de un carcinoma y que la intervención va a ser mas complicada de lo anuciado.
Casi me alegro de haber estado inconsciente pues mi madre sufrió un desmayo y tuvo que recibir atención médica. Es un episodio que me alegra no haber tenido que vivir.
Se confirma el diagnostico de carcinoma infiltrante de mama grado III con ganglios afectados.
Comienzan después los tratamientos, quimioterapia muy agresiva pues ser joven en ese caso no jugaba a mi favor. Los efectos secundarios eran tremendos y durante esos días apenas podía levantarme y solo a duras penas llegar hasta el baño.
Al principio mi reacción fue de rabia, dolor e impotencia, poco a poco llego la aceptación. Creo que fue entonces cuando me prepare para seguir aceptando lo que supondría esta enfermedad en mi vida hasta el día de hoy. Llegué a aceptar que me moría y solo pedía más tiempo para ver crecer a mi hija.
Solía sentarme en una galería y veía a través de los cristales a la gente ir y venir. Me daba cuenta que la vida seguía ahí fuera para todo el mundo, solo se había detenido para mí. Solo mi reloj se había parado y me sentí sola en un mundo que me era ajeno.
En las consultas me sometían a una gran batería de preguntas que soportaba gustosamente, solo me derrumbaba cuando me preguntaban si tenía hijos. Recordaba a mi niña y pensaba que tenía que vivir por ella. Eso me daba fuerzas para soportar todo.
En aquel tiempo mi escala de valores dio un vuelco repentino. Cosas que para mí eran importantes hasta entonces dejaron de serlo y comencé a disfrutar de las cosas sencillas. El olor del mar y los sabores, cuando la medicación lo permitía, la compañía de la gente que quiero o un rayo de sol sobre mi cara.
Mis revisiones comenzaron a traer buenas noticias y me llené de ilusión y de vida de nuevo. Me prometí a mí misma que no cambiaría mi forma de ver la vida y que viviría para cuidarme y ser feliz.
Con el tiempo vuelves a tu zona de confort y te olvidas un poco de tus propias promesas. Vuelta al trabajo frenético, las preocupaciones absurdas y las carreras. Aunque nunca dejé de valorar lo que realmente vale la pena en la vida. ¡¡¡Vivir era más maravilloso que nunca!!!.
Durante dieciséis años estuve limpia de la enfermedad y me convertí en una persona capaz de disfrutar con lo más mínimoy ver siempre la parte positiva de las cosas.
Una mañana, me noté algo en el otro pecho y acudí rápidamente a la consulta. No podía creerlo otro tumor después de tanto tiempo.
“Se trata de un primario, has tenido suerte” me dijeron. Yo por más que lo intentaba, no veía la suerte por ningún lado. A final acabe sintiéndome afortunada.
¿Qué capacidad de adaptación provoca esta enfermedad, para considerar una buena noticia la aparición de otro tumor?.
Esta vez parecía todo más fácil, aunque me quitaran también mi cadena ganglionar en ese brazo. Solo había que intervenir y radiar.
Pero parece que la vida quería seguir enseñándome cosas en eso de la aceptación y un tratamiento hormonal me dejo casi inútil.
Me recuperé enseguida emocionalmente, tenía claro que amaba la vida con todo lo bueno y lo malo que conlleva, y aunque estaba claro que lo malo de la vida quería instalarse a mi lado, no lo iba a permitir.
La recuperación física fue más lenta pero trabajé duro para volver a la normalidad y volver a realizar deporte y otras actividades de las que disfrutaba.
Estaba bien de nuevo a salvo y otra vez en mi zona de confort. Nada iba a poder conmigo nunca más, todo lo ocurrido me hacía sentir más fuerte y segura de mi misma que nunca.
Pasaron diez años, y nunca imagine que la vida me iba a seguir poniendo a prueba de nuevo.
Hace tres años, comencé a sentir molestias en un hombro y pérdida de fuerza en el brazo, tras una larga historia, un peregrinar por hospitales y centros de salud y una intervención de catorce horas me diagnostican una metástasis en el plexo braquial, que además me provoca la pérdida total de movilidad de un brazo.
Esta vez mi enfermedad ya no va a curarse pero espero y confío que pueda cronificarse algún día.
He convivido con el cáncer media vida y este me ha robado muchas horas, días y meses y ha truncado muchos de mis planes pero nunca consiguió quitarme la ilusión.
Eso es lo que me mantiene con ganas de seguir porque puedo prescindir de cosas materiales, pero nunca podré vivir sin ilusión.
Me he caído y me he levantado de nuevo cuantas veces la vida me lo ha exigido.
Espero vivir lo suficiente para caerme y levantarme muchas más, porque tocar el polvo y acariciar el cielo, también es vivir.
Porque aunque cueste, aunque duela a pesar del cansancio la vida sigue siendo maravillosa.
Me levanto cada mañana abriendo los brazos a la vida y aunque a veces no lo entienda, aunque a veces sea injusta o parezca que se nos escapa entre los dedos.
¡Quiero seguir abrazándola cada día!.
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