Mireia Malaver
Mireia Malaver
Hola, mi nombre es Mireia y os voy a contar mi testimonio. Yo era una treintañera normal, soltera, con una hija, vivía con mis padres, tenía un trabajo, y por fin me había enamorado. Había decidido cruzarme el mundo para conocer a quien pensaba iba a ser el hombre de mi vida. No lo fue, ¡pero me salvó la vida!
El mes de diciembre de 2017, en una visita de rutina con mi ginecóloga, me habían detectado un bultito en mi pecho derecho, así que a todo correr, me hicieron una mamografia, era básicamente por descartar, ya que factores de riesgo, cero.
Tal y como esperábamos, mi mamografía salió mejor que bien, y así pude olvidar mi bulto, mejor, aprendí a vivir con él, me lo notaba y lo palpaba, pero no pasaba nada, era benigno.
Mi vida siguió normal durante los meses siguientes (o eso quería creer), me sentía un poco más cansada de lo normal, triste, apática, tenía ansiedad, y en principio no tenía ningún problema, o al menos, no era consciente.
Me subí en ese avión camino al amor, con más ganas que nada, no me pasó por la cabeza en ningún momento, que esas vacaciones iban a cambiarme y salvarme mi vida.
Llegué a tan ansiado destino, y allí me esperaba mi “ángel de la guarda”, los días se sucedían espléndidos, todo era perfecto y maravilloso, pero esa apatía me perseguía, no sabía porqué estaba tan triste. Y ese “ángel de la guarda” me puso en preaviso; mírate ese bulto, es muy duro, muy grande, míralo de nuevo...
Mis días de vacaciones se acabaron y con ellos se acababan muchas cosas más, sin yo saberlo, se avecinaban días muy intensos, lágrimas y desconsuelos.
Llegó la cita con mi ginecóloga, fui sola, tranquila, era una pérdida de tiempo ya que hacía solo unos meses que me habían visto ese bulto y no era nada. En fin, ahí estaba, mi ginecóloga me preguntó que a qué venía, ya que no me tocaba la revisión, y le dije que a revisar ese bulto benigno que parecía que había crecido... puso el ecógrafo en mi pecho, y su cara se llenó de cáncer, su mirada me inspiraba muchísimo miedo, y por fin, después de unos minutos, me atreví a preguntar; ¿es cáncer?, y la fatal respuesta, ¡¡seguramente!! Mi vida se fue a la mierda en ese momento, simplemente dejé de existir.
Me negué a creer que el Cáncer podía estar dentro de mí, el miedo no me dejaba ver con claridad. Pero una parte de mi sabía que si estaba enferma, además, no había tenido una vida demasiada feliz, así que suponía que merecía todo lo que me estaba pasando.
Pedí una segunda opinión, y ahí conocí a mis salvadores, mis guardianes salvadores, mi cirujano, que me mandó una tanda de pruebas para confirmar lo que ya sabíamos, carcinoma ductal infiltrante, grado dos y sin metástasis; de ahí pasé a tener que asimilar otra noticia, había que hacer mastectomía, así que iba a perder mi pecho con el que yo había nacido; me daba igual, quería vivir.
Llegaron varias operaciones, y la temida quimio. Jamás hubiese imaginado que iba a ser capaz de soportar todo aquello.
Siempre me había considerado una cobarde y poca cosa.
El Cáncer me dio fuerzas y orgullo, para llegar a ser la persona que siempre había querido ser; dejé de quejarme por lo que no tenia y a valorar lo que si tenía.
En esos momentos, era capaz de ver con claridad que era lo que quería y lo que no... y aprendí, aprendí a decir no, y a arrancar de cuajo todo aquello que no me hacía bien.
A seleccionar que era lo que quería en mi vida y que no. Y me curé, no fui la reina de la positividad, pero a cabezonería no hay Dios que me gane. ¡Así que vencí! Vencí al cáncer y a aquella Mireia triste y endeble.
A veces, me echo de menos, extraño aquella inocencia perdida, pero me siento tremendamente orgullosa de saber que hoy soy dueña de mi vida, que merezco ser feliz, y que merezco todo lo bueno que me pase.
Que hay que vivir el aquí y ahora, y exprimir todo lo que el universo nos ofrece. Que no hace falta pasar por un cáncer para aprender a vivir, y que la vida es preciosa y lo único importante que nos vamos a llevar son esos buenos momentos vividos.
Un abrazo.