Recuerdo romperme con mi madre delante, estábamos guardando la ropa que ya no le estaba bien a mi hija de 8 meses cuando me llamaron.
Llorar desesperada. Sólo atinaba a decir que me moría mientras pensaba qué sería de mis hijos;  tenían 6, 4 años y 8 meses.
La pobre de mi madre que se estaba enterando por mí intentaba consolarme.

Llevaba con pruebas en el hígado desde el mes anterior, cuando comenzó todo, y sin respuestas claras por parte de los médicos para “protegerme”. La maldición del recomendado.

Me decían que las imágenes no eran claras, que podía ser benignas las lesiones en el hígado; se vería según respondiera o no a la quimio. Creían que no investigaría.

Las dudas y el miedo me devoraba, pero cómo le iba a preguntar a una persona que me trataba como a su hija y me acompañaba a todas las citas si me moría…
En ese momento no era médico, en ese momento era el familiar de un enfermo. Así que una amiga oncólogo se comprometió a decirme la verdad.
Y cumplió su palabra, me llamó en cuanto vió las imágenes que no dejaban lugar a dudas; tenía Cáncer de Mama con Metástasis Hepáticas.

Esa misma tarde se plantó en mi casa a explicarme con tranquilidad la ruta que íbamos a seguir, que asumiera que con los tratamientos actuales nunca, nunca me iba a curar. Pero que nos centraríamos en conseguir cronificar la enfermedad. Me explicó que con suerte pararíamos al cáncer, las lesiones se quedarían quietecitas y si dar la murga. Tendría que pasar por mas ciclos de quimio a lo largo de mi vida. A esa esperanza me aferraba, a que las lesiones no siguieran creciendo.