Manuel Mena
Manuel Mena
En al año 85, con 27 años, me detectaron una leucemia después de un año que llevaba luchando y no daban con lo que tenía. En ese periodo me sentía con mucha destemplanza, estaba muy flojo, y no tenía ganas de hacer nada, estaba rendido, hasta que me hicieron la prueba de la médula en el hospital y como no tenían mi dirección, llamaron a la Guardia Civil para que me presentara urgentemente en el hospital.
Al principio no me dijeron lo que tenía, simplemente que era una enfermedad grave, pero, que con los tratamientos que había en aquella fecha, tenía bastantes posibilidades de salir adelante. A la semana de estar ingresado, la doctora me dejó claro lo que tenía; yo no estaba dispuesto a ponerme tratamientos si no servían para nada, pero ella me dijo que si, que tenía posibilidades. Le dije que si era así, aguantaría todo lo que viniera para adelante.
Los tratamientos fueron muy fuertes, eran 24 horas sin dejar de vomitar, con mal cuerpo, fatiga y además no podía comer nada, nada más que zumo de naranja, que era lo único que me sentaba bien. Una de las veces que estuve ingresado, llegué al extremo de no querer hablar ni con mi madre, ni con mi novia, con nadie. No sé lo que me pasó, me vine abajo. En aquel tiempo mi novia, hoy mi mujer, que no había faltado ni un día desde que ingresé y en todos los ingresos que tuve durante el proceso, me echó una bronca y me puso las pilas, como sería la bronca, que al día siguiente me hicieron una analítica y me dieron de alta.
Luego, cada vez que iba a revisión y los médicos me decían que todo iba bien, me llevaba mucha alegría, mucho ánimo y fuerza para seguir adelante. Yo me decía… “esto no va a poder conmigo”. Así estuve hasta el año 93 o 94 que me dieron el alta definitiva. Me dijo el médico…” Manuel, olvídate de que has tenido leucemia”.
Me casé y tuve dos hijas maravillosas, María y Carmen.
Ahora, lo de la leucemia, lo veo como una anécdota o una faceta más de mi vida.
En el año 2014 me dio un ictus, el 3 de marzo, yendo a trabajar en bicicleta. Sentí un hormigueo muy grande en el lado izquierdo, paré y me eché al suelo y pedí ayuda, me ayudó un médico que abrió el protocolo del ictus y no me acuerdo de más hasta los primeros días en el hospital.
Ahí empieza otra lucha porque no podía valerme por mi mismo, hasta que empecé a ir a rehabilitación con una máquina para guardar el equilibrio. Poco a poco empecé a andar y llegué a hacer más de 100 metros sin bastón.
Pero me quedaron secuelas, como los mareos, que no me dejan realizar todo lo que quisiera hacer. Me quita las ganas de andar, leer, ver la televisión y a las diez de la noche ya estoy en la cama. Desde hace tres años no veo ni el programa de Semana Santa, y eso que fui prioste de la Hermandad del Redentor Cautivo. Los mareos también me producen falta de movilidad.
Los medicamentos y la acupuntura me alivian un poco, pero no acaban con esa sensación. El neurólogo me ve una vez al año pero me da la sensación de que he ido a peor.
Por cierto, deberían poner en los ayuntamientos equipos de personas que se ocuparan de detectar barreras arquitectónicas para los minusválidos. En mi ciudad sigue habiendo muchas barreras arquitectónicas para las personas como yo con movilidad reducida y en silla de ruedas, y además poca conciencia sobre todo al aparcar los coches, que muchas veces nos impiden el paso.
También he tenido dificultades en que me reconocieran la invalidez, pero a través de mi abogado he interpuesto una denuncia y han tardado tres años en concedérmela.
Mis amigos y mi familia me apoyan mucho. Mis amigos me han alentado y ayudado a que sea una persona positiva, porque muchas veces me vengo abajo y sin la familia no hubiera llegado hasta aquí. Mi mujer y mi hija son lo mejor del mundo. También me han ayudado mucho mi hermana y mi cuñado. Sin mi familia no hubiera podido seguir adelante.
En el año 2014 a parte del ictus, detectaron a mi hija pequeña Carmen una leucemia mixta, le hicieron un trasplante de médula de la hermana pero no pudo ser. Recuerdo cuando iba al hospital que le daba mucha alegría verme andar, el verla reírse y verla como estaba me daba mucha esperanza, pero no pudo ser, en enero de 2015 se murió.
Hay que ser siempre optimistas, no perder la esperanza, por muy malo que sea. Siempre hay que ir para adelante, adelante, adelante, aunque al final no se consiga, es muy importante el ser optimistas y el tener mucho ánimo.
No dejar de intentarlo por todos los medios, buscar medios donde sea para poder salir adelante.
Testimonio cedido por Cairys, psicología y bienestar.