Llorenç Marín
Llorenç Marín
Mi madre siempre me decía: No sé por qué te pregunto cómo estás, porque siempre me dices que bien. Sé que nadie se regodea en lo que le pasa. Pero no me gusta decir mucho ‘tengo esto o lo otro’. La gente pregunta con buena voluntad, pero prefiero pasar un poco. La mejor medicina es la alegría. Tomarte las cosas a bien. Las monedas tienen siempre dos caras y mejor mirar la cara alegre.
Nací con ciertos problemas. Mi madre me explicaba que los médicos le dijeron que yo no me haría mayor. Y yo me río, porque tenían razón, porque no he crecido mucho, 1’65 m. Pero ahora tengo 71 años y una espina bífida y un riñón torcido. De equeño era bastante enclenque. Con 17 años, tuve una infección y hubo dudas de si iba a quedar tocado el riñón, pero eso se solucionó.
Conocí a un farmacéutico que se entrenaba en el estadio de Barcelona y a partir de empecé a hacer deporte. Fui atleta y monitor del club. Me forcé a ser más fuerte. Siempre he hecho deporte: en balonmano, jugué en segunda división. Hasta ahora siempre he sido una persona fuerte que ha tirado siempre para adelante.
Cuando estás trabajando no te da tiempo a pensar en tus enfermedades y cuando te jubilas te salen más.
Estuve veinte años haciendo transporte de electrodomésticos en una empresa muy importante de Barcelona. Después trabajé en un restaurante y tuve que cerrar a los 9 años por una fractura por estrés en el metatarso. Se solventó. Y en esos dos años que estuve parado aproveché para cuidar a mis nietas, y me operaron las dos manos por la artritis.
También me dijeron que podía ser algo hereditario porque mi madre tenía mucha artrosis.
Se me solucionó lo de las manos. Volví a coger otro restaurante. Comenzó muy bien, pero llegó la crisis de 2012. Lo dejé en 2017. Y en esa época ya empezó el problema con la rodilla. Me operé la primera vez en 1982, el menisco. Luego en 2014 otra vez y en 2016 me hicieron un recambio. Y desde 2016 he estado haciendo 50 visitas y 50 pruebas, pero el dolor continúa. Ahora me han mandado a la clínica del dolor. Me hacen unas infiltraciones para matar el nervio, que es lo que hace que la lesión sea dolorosa.
Lo de la artrosis ha ido saliendo a medida que me han ido tocando las pruebas, como la rodilla, que era por desgaste. No fui al médico para que me dijera que tenía artrosis.
Fue poco a poco. En 2007 me operaron una mano y la otra en 2008. Pero comenzó desde el 2000. Lo de transportar electrodomésticos machacaba. No es como ahora que van con correas y hay más medios; además me tocó un barrio de pisos viejos, de cuatro o cinco plantas y sin ascensor. Nos gustaba esa zona porque era el barrio que te daban propina, los pobres, no los ricos.
De la columna tuve que ir un par de veces y ahí ya se detectó que tenía hernias discales, protrusiones… la tengo bastante tocadita.
Antes se hablaba de que tenías dolor y alguien te decía ‘artrosis’ o ‘artritis’, pero yo no lo distingo. En los 80 ya me detectaron en una radiografía que había una hernia en la última vértebra cervical que alteraba el brazo derecho. Ahí se empezó a hablar de artrosis.
No tenía baja. Por suerte no era aquello de que no me podía mover. No me inhabilitaba. Y tenía la posibilidad de no salir sino de quedarme en la tienda a vender. También fui a rehabilitación, pero no fue demasiado provechosa. La cosa no era igual antes con los médicos. Ahora, incluso con la pandemia, no tengo ninguna queja.
Ahora mismo, por ejemplo, tengo mucho dolor en las manos. Hay veces que no puedo coger las cosas, no puedo pinzar. Pero si no puedes hacer unas cosas, no las haces, pero no dependía mucho de los médicos.
La única época que he estado más alicaído ha sido en este último año.
A los que llaman para buscar una solución en una medicación, intento que no lo hagan. Yo intento no tomar algo que no me hace falta. y que no pregunten porque la medicación de uno no tiene por qué funcionar en otro. Y que no se automediquen.
Que no se ahoguen. Que busquen una segunda visión de las cosas.
Si entras al médico con un dolor de 5 y sales con un dolor de 9 porque ya sabes lo que te han dicho, el problema está en tu cabeza. Eso no te interesa porque te vas a poner enfermo de verdad. El dolor es el dolor. No puedes luchar contra ello.
Además de las enfermedades, la edad también te merma. Ahora voy a comprar y cojo una bolsa y no puedo. Hay que darse cuenta de qué es lo tuyo propio y luchar porque eso no te pueda.
No ser más valiente de lo normal, ni ir todo para adelante. Hay que saber hasta qué límites puedes llegar. Sin dejar que todo lo que te venga te domine.
Hay que sonreírle a la vida. Por muy mal que nos vaya, la vida es una cosa maravillosa y hay que saborearla al máximo.
Si ves que una medicación te va bien, no la dejes.
Salir a la calle, por ejemplo, a veces me cuesta hasta cambiarme de ropa por no poder agacharme por las rodillas. Pero si le hiciera caso al cuerpo, el cuerpo me ganaría terreno.
Hay que salir, moverse. Cuando empiezas a moverte notas que vas mejor. Hay que empezar dando tres pasos. Y luego, dar diez pasos.
Tienes que dominar a tu cuerpo mientras puedas.
Si te duele y te quedas sentado lo único que consigues es que se te ponga el culo gordo y que el dolor te gane.
Ahora que estoy jubilado, y hacemos una vida normal, le pido a mi mujer salir a Montjuic a pasear. Antes del coronavirus, yo me iba cada mañana hacia arriba, a la montaña, un par de horas. Y cuando salimos los dos juntos también hacemos unos 4 o 5 kilómetros cada día. Llegas a casa, comes y haces las cosas de la casa.
Llevo muchas operaciones entre una cosa u otra: tres de rodilla, dos de hombro, una hernia inguinal, un dedo que me reventé con la puerta de una nevera, me quitaron un bulto en el cuello porque me oprimía. Nunca me ha preocupado, aunque ahora un poco más porque tengo una cardiopatía.
El mensaje es siempre el mismo: las medicinas son importantes, pero las justas y mínimas posibles. Tienes que controlar lo que te dan y saber si tu cuerpo lo acepta o no. Pero no tomes lo que te diga el vecino.
Y que no te pienses que eres el que está peor que nadie. A los que se arrugan un poco yo les recomiendo que visiten hospitales. Te das cuenta de que hay otros que están peor que tú. Hay que afrontarlo de otra forma.
El día que te encuentras mal, te encuentras mal. Busca soluciones: no salgas o lo que sea, pero no darle vueltas a qué malo estoy.
El día que nos tengamos que morir lo haremos igual te quejes o no te quejes.
Si intentas no sufrir, sufres la mitad. Porque una mitad es lo que te duele y la otra mitad es lo que te duele de pensarlo. Anula eso.
Y buscar entretenimientos. Porque se difumina lo que tengas. Si no lo comentas no te acuerdas del dolor.