Jenifer
(Persona que cuida)
Jenifer
Paca es mi madre. En el pueblo la llaman Paca “La menuda”, el apodo de mi madre. Ella, forma parte de mi inspiración, una fuente de conocimiento y sabiduría. Una matriarca luchadora rural y superviviente contra todo pronóstico. Esta es nuestra historia de cuidado.
Para hablar de Paca “La Menuda” hay que remontarse al pasado, al mío, al de mis orígenes, al de una zona rural que ha vivido en paralelo al desarrollo de las grandes ciudades.
Mi abuelo era carpintero, de los que confeccionaban carros y otros enseres para las mulas. Al entrar la maquinaria agrícola, durante los años 60, se quedó sin trabajo. A penas había salido del pueblo, y con lo puesto, emigraron a la Barcelona industrial de esa época junto a mi abuela, mi madre, mi tía y mis tíos.
Mi madre tuvo que huir del campo para cuidar la ciudad. Así empieza esta historia, cuando siendo una chiquilla se fue a la ciudad a servir a las clases altas. No fue la única, varias chiquillas del pueblo se encontraban en los días libres para compartir unas risas o añorar aquellos aires manchegos. “Limpiar, planchar, cuidar de los niños, ir a comprar. Tenía que estar todo listo para cuando los señores llegasen”, contaba mi madre. Sin saberlo, se estaba encargando de cuidar a esa familia, de prepararles, en definitiva, para la vida.
Así pasó algunos años, cuidando de unos y otros, hasta que se casó con mi padre, un hombre humilde, agricultor y pastor, al que le faltaba el aire al escuchar hablar de la gran ciudad. Entonces regresaron al pueblo, ella a seguir cuidando de su marido, su hijo e hijas y de todas las personas que a su alrededor se cruzaron.
Después pasó su tiempo en el pueblo. Muy atrás quedaron esas historias de cuidados en Barcelona, fue entonces cuando la historia se revirtió y de repente, todo el trabajo de cuidado que ella había construido hacia los demás quedó desvanecido como el humo.
Hace 8 años sufrió un aneurisma, quedó en coma.
Yo, que siempre me había sentido tan unida a ella, me sentí inválida de repente y regresé del remoto país de Perú, donde me encontraba trabajando.
Durante casi dos semanas estuvo en coma, en un sueño profundo, del que parecía que nunca despertar. En mi empeño de quererla más y cuidarla como nos había cuidado, le cantaba canciones sentada en su regazo. Allí, inmóvil podía sentir como mi voz se fruncía en su alma, como el hilo que cuesta hilvanar en una aguja pero que al final encaja. Un día un canto, otro día un susurro, otro día un sonajero que le hiciera despertar.
Me las iba arreglando para que en esa profundidad cada sueño fuera diferente, porque en mi interior, sabía que algún día ocurriría. Y fue así, después de 15 días Paquita La Menuda volvió con nosotras aunque su cuerpo parecía no volver del todo.
Llegó una etapa dura. Mi padre, al que tanto había cuidado mi madre, se dio cuenta de que no sabía atenderla ni cuidarla, fue un gran shock para él y para nosotras. Fue entonces cuando me convertí en una cuidadora de día y de noche, poniendo a prueba una relación de amor entre madre e hija a través del cuidado. Pero esta vez el cuidado requería fuerza física, paciencia, escucha, enseñanza y mucho apoyo emocional, claro, todo lo que ella siempre había hecho.
Por ratos nos odiábamos, en la más absoluta sinceridad, ella por querer hacer cosas que no podía, yo por regañarle como a una niña y no conseguir respuesta. A veces quebrábamos en llanto. Dormíamos la una al lado de la otra, en dos camas separadas, así durante los cuatro meses siguientes.
Intentaba enhebrar la aguja, porque le gusta mucho coser ropa, pero nunca lo conseguía. Lloraba desconsolada.
Después de meses de acompañamiento a rehabilitación, de dormir con ella, de atenderla, de cambiarle, de darle de comer, de darle mimos, de regañarle, de visitas de trabajadoras sociales, fisioterapeutas y adaptación de toda una casa, consiguió recuperarse, aunque se quedó con una minusvalía del 70%.
Hoy hilvana sus agujas y aunque ya no vivo permanentemente en la casa, procuro estar con ella muchos fines de semana.
A veces se encuentra con su amiga Ana María por el pueblo, se ríen, se cogen del hombro y recuerdan con nostalgia aquellos años en los que, ambas, tuvieron que Huir del campo para Cuidar la ciudad.
Premios Relatos Supercuidadores 2018.
Este testimonio ha sido cedido por http://cuidadores.unir.net, con autorización del autor; en colaboración para dar visibilidad a las personas que viven ante la adversidad en la salud.