Francisco Vinuesa Llamas
Francisco Vinuesa Llamas
Soy Paco, soy enfermo alcohólico y llevo en abstinencia y rehabilitación 10 años. Mi día a día se basa en no volver a consumir porque destrozó mi vida y mi familia, los seres más queridos. La terapia me sigue ayudando a mantenerme en abstinencia. Estoy casado y tenemos una hija y un nieto. Gracias a mantenerme en abstinencia puedo verle todo lo que puedo. Gracias a la abstinencia, porque al final mi hija ya ni me hablaba, cuando llegaba a casa ni siquiera bajaba a cenar por no verme en las condiciones que estaba y que podía liarla en cualquier momento, cualquier cosa, a la mínima me podía sentar mal y liarla gorda.
Ahora, hablo a diario con mi hija; cuando vivía aquí en Toledo, asistía como familiar junto con su madre a las terapias de la asociación AARIF. Tiene mucha implicación, asiste a los congresos nacionales, a las jornadas y a los eventos. Para ella supone mucho que su padre siga en abstinencia, porque siempre me ha conocido consumiendo y que ahora me conoce sin consumir, soy otro. Es un apoyo muy grande, solamente la dedicatoria que me hizo el día del padre, por Whatsapp, no vale una, vale mil abstinencias. Merece la pena pasar una vida sin consumir solamente por leer eso. Te llena de orgullo y te hace seguir, te refuerza la voluntad y te hacer ser más fuerte cada día para seguir manteniendo la abstinencia, porque es duro, la adicción es muy dura, te lleva a no querer, a prometer y jurar que no vuelves a consumir y a la mañana siguiente, a la primera de cambio con el primer café, piensas -por una copita no va a pasar nada- y ya la has cagado, y otro día más y así todos los días. Es muy duro; si no fuera por la asociación, no hubiera salido yo solo, estaría muerto o en la cárcel o en un centro psiquiátrico.
Desde joven empecé a consumir, a los catorce o quince años como una cosa de niños. En los años 70, consumías alguna cerveza de vez en cuando, la economía no daba para más y lo veías como una costumbre social habitual. Cuando empecé con el consumo más serio, fue a raíz de licenciarme en el servicio militar y cuando me casé, me vi con mi vida hecha, ya lo había conseguido todo, teníamos una vivienda, tenía trabajo, mi mujer también y posiblemente me abandoné. Mi adicción empezó a brotar y a consumir en exceso. El consumo era diario y empezaron las discusiones, las peleas y las precariedades económicas. En el trabajo terminaban por darse cuenta, nunca me ha faltado trabajo porque siempre he sido muy trabajador, pero en el momento que se daban cuenta, perdían la confianza. Esto me causó el tener muchos trabajos. Ahora desde hace 10 años en el trabajo me ven como otra persona, confían en mí y me dan mucha responsabilidad. He ganado mucho al estar en abstinencia.
Lo que me causó el consumo no se olvida, mis familiares me imagino que no lo olvidarán nunca, es un daño que tienes que aparcar y empezar una nueva vida. Empezar a ser persona. No era dueño de mí, nunca te podías proponer nada porque en el momento que te tomabas una copa, ya la habías fastidiado, lo echabas todo por tierra. Era siempre así, mi mujer esperándome, por ejemplo, en los cumpleaños de mi hija, ella estaba con sus amiguitas y sus padres y yo ni aparecía y si aparecía lo hacía en unas condiciones que no eran normales. Mi mujer tampoco quería que fuéramos a ninguna celebración porque a los diez minutos ya no era yo, era el del alcohol el que hablaba y actuaba. Era un destrozo familiar.
Así estuve muchos años, 30 años aproximadamente, mucho tiempo, mi mujer ha tenido muchísimo aguante. Desde que entramos en la asociación está al pie del cañón y no se fiará nunca, porque hay recaídas, esto es para toda la vida y hay que ser muy consciente de ello. Saber lo que has sido, lo que eres y lo que quieres ser. Para mí esto significa asistir a las terapias. Sin ellas no soy nada. La fuerza que me da el grupo y la confianza que me da el contar mis cosas íntimas, mis fallos, para que no conste solamente mi opinión sino que valga la de todos, para mí es básico, porque es lo que me ha ayudado.
Cuando llevábamos 10 años casados, fui con mi mujer, harta ya de mi adicción, a Alcohólicos Anónimos, dejé de consumir tres meses y luego volví a consumir. Era yo y el alcohol, sin normas, y volví otra vez a las andadas.
Siempre supe que tenía un problema, creo que uno es consciente de que te tiene un problema pero no le da importancia, o no es consciente del mal que está haciendo, algunas veces piensas en quitarte de en medio, piensas –para que voy a seguir en estas condiciones, y hacer sufrir a mi familia-, no creo que un adicto en esas condiciones tenga valor para hacerlo, pero para pensarlo, sí, porque ves que estás destruyendo todo lo que querías crear. Toda la ilusión que tenías al principio cuando creas una familia, se te va al garete y no eres capaz de nada; podía más el alcohol que mi voluntad.
He trabajado siempre en farmacias, en la última farmacia donde trabajé, era el responsable y abría y cerraba la farmacia. Tenía todo el día para beber. A raíz de una analítica dejé de consumir y me encontraba muy bien, pero mi mente no estaba limpia, el recuerdo del alcohol lo tienes ahí, un día hablando en la farmacia con una compañera, yo le dije que no bebía porque era diabético, me dijo que no importaba, que podía beber. Esa misma noche, en el bar de la esquina, estaba tomándome un whisky. Lo que me había venido bien durante seis meses, me cambió otra vez la vida y vuelta a lo mismo.
El paso de ir a la asociación lo dio mi mujer, ya estaba harta, eran muchos años de consumo, cuando vinimos a vivir a la casa donde vivimos ahora, trajimos a sus padres porque ya eran mayores y no podían estar solos en casa. Murió mi suegro y mi mujer ya no podía vivir así, me dijo que en el momento que faltara su madre, se iba de casa o me iba yo, no era vida. Buscó ayuda en Internet y encontró a la asociación AARIF. Fue a informarse y un día me lo contó. Yo no le di importancia y empezó a ir ella y mi hija. Un día me dijo que o iba con ellas o que se acababa todo. Por miedo de quedarme en la calle, fui a la asociación.
El primer día me impactó, ver que había historias parecidas, personas que habían hecho cosas como las que yo hacía, que no tenían miedo a contarlas y que se desahogaban, hizo que me empezara a picar el gusanillo. Me empecé a involucrar y a ir. La primera semana que vi que en mi casa no había una sola discusión pensé – Dios mío, esto es fabuloso-. Me dio mucha esperanza.
Al principio es duro, tienes unas costumbres y unas amistades que las tienes que dejar a un lado. Tienes que valorar lo que les va bien a los demás y decidir si es lo que tú quieres. Cuando te viene la ansiedad, las ganas de consumir, es duro, pero si pones en práctica lo que te aconsejan se te hace menos duro, pero lo malo lo tienes que pasar tú, porque nadie lo va a pasar por ti. Es muy duro y se pasa muy mal.
Pero empiezas a darte cuenta que tu vida es otra, que eres tú el que piensas, si tomas una decisión y te equivocas has sido tú, no ha sido nadie, ni el alcohol ni nadie, eres tú. El ver que ya no discutía y que tomaba decisiones y que muchas eran buenas me dio mucha fuerza. Ya no consumía y poco a poco me encontraba mejor. Levantarte un domingo sin resaca y escuchar los pájaros… Desde que entré en la asociación nunca he tenido una recaída, incluso he dejado de fumar. Sé que si un día tengo que dejar las terapias, volvería a consumir casi seguro.
Cuando consumimos no somos personas, el alcohol es que nos gobierna, dejarse llevar y confiar en un amigo o un familiar es fundamental, uno por si solo no puede salir. Cuesta muchísimo pero en el momento que uno es consciente que está con personas iguales a ti, y que te quieren ayudar y no hacerte daño hay que intentarlo porque al final tiene su premio. El premio es no consumir, es ser persona, es vivir otra vida, recuperar lo que has perdido.
El alcoholismo me creó otra enfermedad, que es la diabetes. A día de hoy estoy bien, tomo mi medicación para la diabetes, no consumo, hago ejercicio y dejé de fumar. Hago una vida sana y saludable, pongo un poco de cuidado en la alimentación y salgo en bicicleta. Tenemos salidas los domingos con los compañeros y con mi hija que, cuando viene a la asociación, estamos deseando que llegue el domingo por la mañana para marcharnos dos o tres horitas para hacer unos kilómetros y disfrutar.
Hoy nosotros somos una piña, mi mujer, mi hija, con mi hermana, con mis padres. Una de mis mayores alegrías y de lo que más orgulloso me siento es que mi padre, cuando murió, yo ya llevaba más de tres años sin consumir y lo pudo ver.
Cada día que pasa me encuentro mejor,me cambió la vida 360º, me siento libre, porque estar en la cárcel, de tu cabeza y de tu mente sin poder decidir nada por tí, es muy duro.