Astrid Fina
Astrid Fina
Me llamo Astrid, tengo treintaicuatro años, soy amputada tibial del pie derecho, fue causado por un accidente de tráfico que tuve en el año 2009, iba en moto y un coche se saltó un semáforo en rojo, me dieron un golpe en el pie.
Cuando entré en el hospital era un pie catastrófico, tenía veinticinco años e intentaron salvarlo, estuve casi tres años ingresada en el hospital. Me contagié con una bacteria hospitalaria que se llama Marsa, que muta y se hace resistente al antibiótico, empezó en el pie y de ahí pasó al hueso, en ese momento los médicos me dijeron que tenía dos opciones: o cortar el pie o quitar todos los huesos del pie lo que suponía que este quedara inútil de por vida. En ese momento fue muy duro tomar la decisión, estuvimos más de seis meses yendo a diferentes médicos para ver que me decían, todos me decían lo mismo, entonces decidí amputarme el pie.
Aun así, cuando me apuntaron el pie, se me gangrenó el muñón y me tuvieron que volver a operar. Cuando me pusieron la prótesis, un amigo que se llama Quico Caballero me invitó a probar el snowboard, en ese momento yo no tenía nada que ver con el mundo de la nieve. Como estuve tres años sin poder hacer nada porque siempre iba en silla de ruedas o en muletas, a partir de ese momento lo quería hacer todo, iba a todos lados, fui a la nieve con él, probé el snowboard durante dos días, la verdad es que no me dejó casi ni caer al suelo, y cuando volví a Barcelona me dijo que se había enterado de unas pruebas de acceso para el equipo nacional. Al principio me impactó un poco porque, claro, de aquellas yo bajaba una pista verde de “culo”, sin embargo él me animó, siempre me ha animado y me presenté a las pruebas y tuve la gran suerte de que al año siguiente era año olímpico y era la primera vez que se hacía snowboard, entonces el nivel era muy bajito y me dieron la opción de enseñarme desde cero, me dijeron que sí, que me cogían en el equipo y al mes siguiente ya estaba viviendo en el Valle De Arán, casi ni andaba bien todavía y ya empezaba a deslizarme.
De algo que era tan malo en ese momento, para mí se me acababa la vida, cuando miraba para abajo y miraba que no tenía pie, era un drama, ahora no me acuerdo, hago cada día lo que me gusta, simplemente me levanto y me pongo la prótesis como el que se pone los zapatos. Es una cosa que ya forma parte de mi vida y no me da ningún tipo de vergüenza hoy en día.
Antes de amputarme el pie y cuando ya tenía tomada la decisión, busqué por Internet y dejé una página abierta de una asociación que se refería al miembro fantasma, mi madre se puso en el ordenador después, lo vio y eso desencadenó que fuera a la Asociación de Amputats de San Jordi de Barcelona, ellos me ayudaron muchísimo porque gracias a ellos conocí agente joven amputada, yo de aquellas no conocía a nadie en mi situación, que hacían vida normal, me vinieron a ver al hospital, siempre me han apoyado muchísimo. Mi familia y mis amigos han estado ahí, demostrando un apoyo incondicional.
Siempre recomiendo dejarse ayudar, muchas veces nos encerramos en nosotros mismos y no dejamos que nadie se acerque, el apoyo externo es esencial para alegrarte el día y para ayudarte a superar las dificultades.
Los primeros tres días ni miré hacia abajo, era muy duro mirar hacia abajo y ver que te falta algo, es un proceso, como un duelo, lo tienes que pasar mal, te han quitado un trozo de tu cuerpo, luego viene la aceptación, al principio iba en la silla de ruedas con la prótesis y me ponía un cojin para simular que tenía pie porque yo misma no lo aceptaba, pero poco a poco vas viendo que haces vida normal, incluso a veces es mejor que te falte algo a tenerlo y que no sirva para nada. Era mi caso, lo único que tenía, eran problemas porque siempre estaba ingresada.
Mi terapia fuerte fue el snowboard, en mi primer a copa del mundo que fui, aluciné, vi que la gente se sacaba los brazos, las piernas, y a mí que me faltaba un pie alucinaba, pensaba…, si son felices, porqué no lo puedo ser yo, entonces te das cuenta de que a veces la vida te da una bofetada para que espabiles y te das cuenta que puedes estar mejor de lo que estabas antes.
También me ayudo mucho que en el deporte adaptado hay muy buen rollo, al principio incluso los rivales me ayudaban a todo y me siguen ayudando, eso engancha también. Por ejemplo en mi primera competición en la Copa del Mundo en Eslovenia, las chicas acababan en un minuto y yo en ocho, me esperaban, me animaban, me hacían la ola, yo estaba alucinando. Empecé así, para buscar puntos para clasificarme para los juegos, sin tener mucho nivel, pero poco a poco y con mucho trabajo se puede conseguir. Luego fui a cuatro pruebas de la Copa del Mundo y luego fui a los Juegos Paralímpicos de Sochi, conseguí diploma (quedé la sexta de doce) y eso me dio fuerzas para seguir entrenando mañana y tarde, verano e invierno, cuatro años más e ir a los Juegos Paralímpicos de Pieonchang más preparada y conseguir la medalla de bronce.
Cuando crucé la meta me tiré al suelo a llorar porque hay tanto esfuerzo detrás…, no se ve las horas de trabajo que hay detrás de esto. Si tienes un objetivo solo tienes que luchar por él, te va a costar más o menos, pero se puede lograr. Ahora estoy superfeliz.
He vuelto hace una semana y todavía no he visto a mi familia, todavía me queda una competición que es el campeonato de España y cuando termine, regreso a casa y podré ver a mis amigos y mi familia y celebrarlo con ellos. Bueno mi madre sí, mi madre estuvo conmigo en Corea, bailando y cantando en las gradas, es un punto esencial en mi vida, nunca se ha separado de mi, ni en la UCI, ni en ningún lado, tenía que estar también en lo bueno, que estuviera allí al lado cuando crucé la meta, hiciera lo que hiciera, para mí fue un gran apoyo.
Hay que dejar entrar a los demás en tu vida y absorber todo lo bueno, las personas quieren ayudarte y a veces nos pensamos que encerrándonos en nosotros mismos es lo mejor y no. Que la gente te ayude y lo haga de corazón te llena de energía. Salir de casa y no encerrarse, todo es posible, con ganas, todo es posible.