Abel Suárez Hevia
Abel Suárez Hevia
Alguien me invitó a compartír mi experiencia y me cuesta un poco pero lo intentaré . Me encontraba en África (Bénin), era el año 2006, y allí empecé a notar lo que tantos millones de hombres pasamos: ganas de orinar, no poder… y sentir incluso dolor. Al volver de vacaciones me hice un chequeo y ahí empezamos a andar el camino que muchos habéis andado.
Primero fue una biopsia. Después fue una temporada larga de control mediante medicamento.
En 2017 empiezo a orinar sangre y las cosas se complican. ¡Bah!... son unas verrugas y vamos a limpiar la próstata. Y así se hizo, pero al año siguiente empiezo a no poder orinar, y hay que operar de nuevo, se ha descubierto el cáncer, hay que quitar la vejiga y la próstata.
Lo que no imaginaba yo es la tranquilidad con la que fui viviendo cada uno de los acontecimientos. Todo parecía como un viaje de tren donde vas llegando a cada una de las estaciones, te apeas, te reparan y sigues viaje.
En octubre de 2018 empiezo la quimio. pero en marzo 2019 con la pandemia cortan el tratamiento. En mayo un escáner revela que el tumor está creciendo y reanudamos la quimio. Y así llegamos a octubre de 2019 con el tumor que crece y que los efectos secundarios de la quimioterapia me están dejando muy débil y sin sensibilidad en manos y pies.
Yo me veía morir pero en ningún momento me llegó la desesperación. Bromeaba, sonreía, y todo el mundo a mi alrededor se sentía bien conmigo. Y en ese momento llegó el milagro. Me cambian la quimioterapia por la inmunoterapia y de repente todo cambió. Comencé a sentirme bien, el tumor está disminuyendo, noto que todo va a mejor y en ese punto me encuentro.
Cuando la gente me preguntaba el porqué de mi estado de ánimo, sólo tenía una respuesta: la fe, mi fe en el Dios de Jesucristo. Era sentirme querido por mi familia y mis amigos por supuesto, pero sobretodo por ese Padre Dios que me abrazaba más fuerte cuanto más fuerte era el sufrimiento.
Yo sé que muchos esto no lo podéis comprender pero no os podéis imaginar lo que cambiaba mi estado de ánimo y entonces hablaba con Él cómo se habla con un padre y le hablaba de todos esos que tenía a mi alrededor, como eran sobretodo los enfermeros cada vez que entraba al hospital. Muchas veces sin poder tener las visitas de la familia y amigos por estar prohibidas por la pandemia, entonces solamente esos ángeles de enfermeras y enfermeros tenían trato con nosotros.
Gracias mis ángeles del hospital tanto en el Valle del Nalón como del HUCA de Oviedo.
Que hermosa profesión la de enfermero y enfermera. Cuánto me valieron vuestra entrega, vuestro ánimo, vuestra paciencia porque, aún cargados de trabajo, siempre llegabais con un humor que me animabais y me ayudabais a levantarme.
Aún sigo en la lucha. ¡Bajar los brazos , nunca!...
Toda la fuerza y la energía para ser feliz a pesar de todo.
Abracemos y dejémonos abrazar.
Besemos y dejémonos besar.
Seamos felices y transmitamos esa felicidad con todos los que se cruzan cada día en nuestro camino.